O3 - Tan cerca pero tan lejos

1.9K 135 36
                                    

02/01/2019

Ya no doy más del cansancio cuando nos despedimos de la familia de Gonzalo. Ellos son amables y hacen caso omiso a mi comportamiento. Actuaron toda la noche como si no hubiera pasado nada, y en parte les agradezco por eso.

Gonza, por otro lado, se ve molesto y nervioso, y maneja en silencio sin mirarme en ningún momento. Me da igual, si no quiere mirarme, que no me mire.

Por momentos lo noto extraño, ansioso, como si  quisiera decirme algo y no pudiera. Quizás quiere putearme. Seguramente, en su cabeza, lo está haciendo.

—¿Se puede saber por qué te comportaste así? —me pregunta finalmente aprovechando un semáforo en rojo.

Y la verdad es que no, no se puede saber. Hubiera preferido que se quedara en silencio.

—Estoy cansada, Gonza.

—¿Pero te costaba? —continúa— ¿Te costaba ponerle onda?

En este momento, tengo dos opciones: o dejarme llevar por sus cuestionamientos y que se desate una discusión, o hacer como si no lo escuchara.

Elijo la segunda.

—Contestame —ordena— ¿Te costaba ponerle onda?

—Gonza, no quiero pelear —digo frotándome los ojos con las manos.

Él reacciona ante el bocinazo del auto de atrás y se pone en marcha con el semáforo en verde. Con la vista fija al frente, sigue insistiendo.

—Yo también estoy cansado pero no me ves tirado en una cama o hablándole mal a la gente.

—Yo no le hablé mal a nadie, Gonzalo.

—No, pero casi. Te preguntaban cosas y respondías con monosílabos, si hablaste tres veces en toda la noche fue una exageración, no sé que te pasaba. ¿Te cayó mal mi familia?

Niego con la cabeza rogando que la corte. No quiero seguir hablando de esto, no tengo fuerzas.

—¿Y entonces?

No respondo.

—Elena, si te cayeron mal, quiero que me lo digas.

En ese momento, harta, exploto.

—¡Basta, Gonzalo! ¡No me cayeron mal! ¿No entendés?

—No me grites como si fuera un insoportable...

La puta madre, qué pesadilla.

—Gonza —lo interrumpo luego de respirar profundo para tratar de calmarme—, no sos lo único que me pasa en la vida. Tengo otras cosas de qué preocuparme. Perdón si no puedo clavar una sonrisa sintiéndome mal, no me sale. La próxima seguro voy a estar mejor y listo. Pero basta ya, porque ya no aguanto.

Justo llego a callarme antes de que la voz se me quiebre por la angustia. Miro hacia el lado contrario y hago un esfuerzo para que las lágrimas que comenzaban a aparecer en mis ojos se quedaran allí y no bajaran por mi mejilla. 

No quiero llorar, no quiero llorar, no quiero llorar...

El resto del camino, por suerte o no, es en silencio. Gonzalo mantiene la vista al frente, con el ceño fruncido y la mandíbula contraída y rígida. No vuelve a hablarme ni a mirarme hasta que llegamos a su edificio.

—¿Te llevo a tu casa o te quedas acá? —me pregunta sin siquiera dirigirme una mirada. 

Yo me encojo de hombros mientras lo veo sacar el celular y teclear algún mensaje rápido. Como sé que no me está prestando atención, respondo:

—Como quieras.

Y entonces apaga el motor y nos bajamos en silencio. Al parecer quiere que me quede con él. Ambos saludamos a los hombres que cuidan la entrada y nos dirigimos hacia el ascensor. Cuando entramos, Gonzalo me da la espalda, supuestamente perdido en el tablero.

—Arturo me llamó —digo y me sorprendo por lo baja que suena mi voz, pero él no llega a escucharme porque justo cuando hablo, las puertas del ascensor se cierran, y el ruido ahoga mis palabras. Él permanece inmóvil, como si estuviera solo, y decido tomar ese momento como una señal. No se lo voy a repetir. Quizás es mejor que no lo sepa.

Cuando entramos a su departamento, me avisa que se va a duchar, y se mete directamente al baño.

No puedo negar que me duele estar así, porque pasamos varios días lejos y creí que mi reencuentro con él sería totalmente diferente. Pero la vida conmigo suele ser hija de puta, aunque la verdad es que bastante ya tengo para agradecer por el simple hecho de que Gonzalo me haya perdonado las cagadas del año pasado.

Entro a la habitación y me saco toda la ropa. Tengo un poquito de olor a humo, pero me faltan ganas de entrar a bañarme después de él. Lo voy a hacer mañana temprano. 

En ropa interior me acuesto en su cama y me pierdo en el perfume de sus almohadas. No quiero dormir con el corpiño puesto, tengo que esperar a que venga para pedirle una remera. Pero en el medio de esa cama tan grande, siento como si su colchón me abrazara, y poco a poco voy perdiendo fuerzas y me relajo cada vez más.

Vuelvo a reaccionar cuando siento unos empujoncitos suaves, abro los ojos y veo que Gonzalo está acostado al lado mío, moviéndome para poder entrar en su lugar.

—¿Dormí mucho tiempo? —pregunto. Lo veo negar con la cabeza y me doy cuenta de que tiene el cabello mojado y hay algunas gotitas de agua sobre sus hombros— Te iba a pedir si me prestás una remera.

—Sí, sacala del placard. Ya sabés dónde están —responde totalmente ajeno a la situación y a mi presencia. No para de escribir mensajes en el celular.

Suspiro y busco cualquier remera en el ropero. Una vez que me la pongo, vuelvo a la cama. Quiero abrazarlo y llenarlo de besos, quiero decirle que lo había extrañado, que me alegraba volver a estar con él, quiero disfrutar este tiempo juntos, pero no puedo. Solo me acomodo dándole la espalda y siento cómo las lágrimas comienzan a mojar su almohada.

Quién iba a decir que puedo tener a Montiel, pero a la vez no puedo tenerlo.

En ese momento, él apaga la luz y siento su cuerpo pegarse al mío. Me acaricia el cabello, su respiración choca contra mi nuca. No hay erección.

—Estoy enojado con vos —me dice confirmando lo obvio—, pero no por lo de hoy, o un poco sí, pero no me interesa tanto eso.

—¿Y entonces? —pregunto de espaldas a él.

—Dijiste que hay cosas que te preocupan, pero no dijiste qué cosas te preocupan. Y pensé que teníamos confianza.

—La tenemos —me apuro a decir.

—¿Por qué no me querés contar lo que te pasa?

Una pausa, un silencio, una guerra adentro mío entre mi yo que quiere contarle todo y refugiarme en sus brazos, y la otra yo, la que no quiere decirle nada porque cree que es mejor callar todo.

—Más adelante te voy a contar. No es nada para preocuparse.

—No te creo... pero bueno. Ya descubrí que es imposible obligarte a hacer algo que no querés.

No sé si percibo un poco de ironía en sus palabras, pero de todas formas la dejo pasar.

—Te quiero, Gonza —pronuncio despacio sintiendo cómo su pecho sube y baja con su respiración.

—Yo te amo, Elena —finaliza y voltea, dándome la espalda. Antes de que él pudiera decir algo, me apuro a hablar.

—Perdón. Te juro que ya se me va a pasar.

Necesito que regrese a su posición anterior, que me abrace y que nos quedemos dormidos así, pero mis esperanzas se derrumban cuando lo escucho decir:

—Dormí, dijiste que estabas cansada. Bueno, que descanses.

Y la habitación vuelve a quedar en completo silencio, como si estuviera vacía.

» CULPABLE - Gonzalo Montiel « Donde viven las historias. Descúbrelo ahora