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GONZALO

–¿Cuál te gusta más? ¿La negra o la blanca? Por favor, decí la negra –le pregunté a Elena mientras le mostraba dos remeras.

Ella alejó su vista del espejo para mirarme. Tenía una toalla en la cabeza y se estaba maquillando.

–Sí, la negra. ¿Pero para qué? Nunca te preocupás por ir bien vestido a la casa de tus papás.

Efectivamente, hoy, casi dos semanas después de que Elena se hiciera la ecografía, le contaríamos la noticia a mamá y papá.

Nos dijeron que era prudente esperar a pasar los tres meses porque el riesgo de pérdida es más alto durante ese primer trimestre, y contar que estás embarazada para después decir que perdiste el bebé puede ser un poco traumático.

Ni bien se cumplieron los tres meses, le dije a Elena que quería que mis papás lo supieran, y ella aceptó, así que hoy nos tocaba almorzar con ellos.

–Quiero verme pituco por si sacan fotos –respondí mientras buscaba mi desodorante.

Elena se rió, dejando a un lado uno de esos pinceles que usan para el maquillaje. Me emocioné porque creí que ya había terminado, pero agarró otro más chico y comenzó a pintarse los párpados.

–¿Te falta mucho? –pregunté impaciente.

Ella suspiró.

–¿Y si buscás la ecografía? No sé dónde quedó.

Conocía ese tonito. Sonaba muy amoroso y dulce pero en el fondo lo que quería decirme era "rajá de acá, pendejo insoportable". En fin. Lo mejor era hacerle caso.

De todas formas fue inútil porque yo no tenía ni idea de dónde estaba la ecografía, y ella lo sabía. Solo intentaba mantenerme entretenido. Abrí cajones y puertitas, busqué entre libros y papeles y no había rastro del sobre, así que finalmente me rendí y me tiré sobre el sofá a mirar un poco de tele mientras esperaba que estuviera lista. Para mi sorpresa, la guacha salió del cuarto completamente arreglada y con el sobre en la mano.

–¿Vamos? –me preguntó deteniéndose junto a mí.

La miré de la cabeza a los pies. Estaba vestida bastante normal, con un jean y un buzo y el maquillaje casi no se distinguía. ¿Por qué carajos había tardado tanto?

–Si querías librarte de mí, bastaba con que me lo dijeras. No era necesario mandarme a buscar algo que ya sabías donde estaba –le dije fingiendo estar ofendido.

Ella se rio.

–No es fácil lograr esto –comenzó a decir, señalando su cara– si te tengo dando vueltas molestando.

–¿Lograr qué? Te ves igual que siempre –me burlé a pesar de que sabía que eso podría costarme un golpe.

Ella enarcó una ceja y se puso seria de repente, y yo no pude contener la risa.

–Agarrá las llaves antes de que nos caguemos a trompadas –me ordenó dirigiéndose hacia la puerta.

Yo obedecí, pero antes de que se me escapara, me apresure para sorprenderla por atrás con un beso en la coronilla.

–No me creas. Estás hermosa.

El viaje a la casa de mis papás fue tranquilo. Casi no hablamos, pero era ese silencio cómodo en el que ninguno de los dos sentía la necesidad de hablar para rellenarlo.

Mamá fue la primera que salió a recibirnos. Nos dio un beso y un abrazo a los dos y estaba tan efusiva que creí que ya sabía la noticia, pero era imposible. Sólo Elena y yo lo sabíamos. Papá, como siempre, más tranquilo, solo un abrazo para cada uno y nos dijo que entráramos.

» CULPABLE - Gonzalo Montiel « Where stories live. Discover now