26 - Lágrimas

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» 3 de diciembre de 2018

GONZALO

Terminé de darme una ducha y me puse a preparar la valija en la sala con la ayuda de mi hermana y mis sobrinos, aunque ellos jugaban con la pelota más de lo que ayudaban, pero en fin. Rogaba que ella no me preguntara por Elena, no podía decirle que había terminado todo incluso antes de empezar, pero ella sabía que algo andaba mal conmigo.

— Estás muy callado —me dijo mientras doblaba una de mis remeras y la ubicaba en la valija.

— Estoy cansado. Hoy fue un día largo.

— Ma, ¿podemos ir a la pileta? —gritó uno de mis sobrinos desde la pieza.

Hacía muchísimo calor, y ellos se habían pasado la tarde corriendo. Estaban chorreando transpiración.

— ¿Pueden, Gon? —me preguntó mi hermana, al pedo porque era obvio que les iba a decir que sí.

Asentí con la cabeza y me acerqué a la puerta porque alguien había tocado el timbre. Abrí sin mirar pensando que podía ser mamá que había avisado que vendría.

— ¿Que hacés acá? —pregunté al ver que del otro lado estaba una Elena bastante demacrada.

— Necesito que hablemos —me contestó. Parecía que había corrido setenta kilómetros por cómo respiraba. Me pregunté cómo mierda hizo para entrar si yo no había hablado con Víctor, pero ese tipo era un chanta que te dejaba pasar a cambio de cien pesos mugrientos.

— Estoy ocupado —le dije cortante y atiné a cerrar la puerta, pero ella levantó el tono de voz.

— No me interesa, no me dejaste más opción que venir a buscarte acá.

Suspiré y me mordí el labio con bronca. Lo único que me faltaba era tener que verla en mi propia casa. Un segundo de tranquilidad era lo único que quería.

— Estoy con gente Elena, te tenés que ir.

— No me voy a ir —insistió— ¿Con quien estás? ¿Estás con una mina?

Se puso como loca, me empujó para pasar al departamento y cuando vio a mi hermana sentada frente a la mesa, doblando mis calzoncillos, automáticamente sus mejillas enrojecieron. 

— Hola —la saludó Jacqueline que no entendía nada, pero igual sonaba amable.

— Elena, ella es mi hermana Jacqueline —la presenté, y luego le hablé a mi hermana—. Ella es Elena, una amiga. Y estos son mis sobrinos.

Los dos piojos estaban parados uno al lado del otro como dos suricatas con sus mallas puestas y la pelota bajo el brazo.

— Ay perdón, no sabía que...

— Sí, sabías —la corté. Sabía que había gente y decidió entrar sin importarle nada.

— No importa, nosotros igual ya nos estamos yendo. ¿No, chicos? 

Mi hermana agarró a sus dos hijos por los hombros y comenzó a caminar hacia la puerta mientras me miraba  y se reía. Yo le hacía señas para que por favor no se vaya. No quería estar solo en el departamento con Elena.

— ¡Vamos, vamos! —dijo y cerró la puerta al salir.

Comencé a ponerme nervioso y a rascarme la nuca por reflejo. ¿Qué podría decir? No tenía ganas de hablar con ella, no tenía nada que decirle.

— Tomá asiento. ¿Querés tomar algo? 

Todo lo que hacía era para evitar estar frente a ella. Habría sido capaz de prepararle un pollo al disco con tal de no tener que someterme a esta conversación.

» CULPABLE - Gonzalo Montiel « Donde viven las historias. Descúbrelo ahora