O1 - Ganas de estar solos

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02/01/2019

Odio los aviones. Me repugnan, me marean, me dejan con dolor de cabeza por dos o tres días. Los odio. Pero más odio tardar toda una noche en viajar de casa a Buenos Aires, así que no me queda otra opción.

Por suerte mi vuelo es temprano, sale a las nueve, lo que significa que a eso de las once y media voy a estar llegando a esa jungla de cemento. Y sé que Gonzalo va a estar ahí.

No puedo esperar para abrazarlo. Me hace mucha falta y extraño la sensación de su cuerpo contra el mío. Necesito verlo lo antes posible.

El avión se estremece y la voz del piloto anuncia que ya llegamos al aeropuerto. Y nunca faltan los aplaudidores. En fin.

Camino tranquila acarreando mi valija y buscando a Montiel con la mirada. Lo necesito ahora porque sé que sin él me voy a perder en la inmensidad del aeropuerto. Siento que mi valija se traba con algo y cuando me volteo para ver, un hombre con gorra y lentes de sol la está sosteniendo.

No llego a reaccionar, me parece tan extraño que no sé qué decir. Lo miro con el ceño fruncido y él me sonríe.

—Soy yo, boba.

Reconozco su voz y su sonrisa al instante, y me tiro sobre el para abrazarlo con fuerza.

—Ay, te extrañé tanto —le digo mientras siento sus besos en toda mi cara. Luego me besa en la boca y se aferra a mi cuerpo como si no quisiera volver a soltarlo nunca más—. Perdón, no te reconocí con esa gorra y los lentes.

—La idea es que nadie me reconozca. Vení, vamos a buscar el auto. ¿Almorzaste? —me pregunta entrelazando sus dedos con los míos y sacándome la valija para llevarla él.

—Nos dieron un snack pero me estoy cagando de hambre.

—Buenísimo, entonces vayamos a comer.

—Amor, sacate el disfraz. Te ves ridículo —le digo entre risas. No me preocupa que el resto de la gente nos vea.

Él me hace caso y se saca la gorra y los anteojos, y un momento después me doy cuenta del error que cometí.

Caminamos unos pocos pasos cuando escuchamos que alguien grita su apellido, y una multitud se acerca a saludarlo y a pedirle fotos y autógrafos. Son tantos que terminan por separarme de él, yo me quedo totalmente afuera de la ronda. De todas formas, no me molesta esperarlo hasta que termine. Sé cuáles son las consecuencias de salir con alguien como Gonzalo, y me las tengo que bancar aunque no me gusten.

Él se pasa varios minutos sacándose fotos con la gente que se acerca al ver que está ahí, hasta que se ve obligado a cortar o no nos vamos a ir más. Con toda la amabilidad posible, les dice que tiene que irse, y sin escuchar una sola palabra más, me toma rápidamente la mano y salimos juntos, a pasos apresurados.

—Perdón —se disculpa mientras caminamos por el estacionamiento—. No pensé que se iba a juntar tanta gente.

—Ya me acostumbré, Gon. No te preocupes —respondo bajito tratando de no sonar enojada. No lo estoy, pero estas situaciones pueden prestarse a confusión.

Luego de unos minutos, estando los dos adentro de su auto, Gonzalo arranca y acelera. Había tirado su gorra en el asiento trasero pero todavía conserva sus lentes. Y es que el sol de un dos de enero apenas permite tener los ojos abiertos mirando al frente.

» CULPABLE - Gonzalo Montiel « Where stories live. Discover now