27 - Soledad

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» 5 de diciembre de 2018

Romina me escribe para decirme que fue a despedir a los chicos. Hoy se van a Madrid y ella siente que no va a poder pasar dos días sin verlo a Palacios. Dice que la convivencia la hizo muy codependiente. ¿Qué me queda a mí? Hace como una semana que no tengo contacto con Gonzalo más que las pocas veces que lo vi de lejos y la última charla en la que me mandó a cagar con sutileza.

El aroma de una de mis cremas corporales me alegra un poco, y uso la excusa de que tengo las manos pegajosas para no contestarle.

¿Qué le voy a decir? ¿"Deseales buen viaje de mi parte"? De todos los que están ahí, creo que solo Pala recibiría bien ese mensaje, y así y todo no siento que pueda interesarle mucho.

Ojalá pudiera escribirle a Gonzalo. No me bloqueó, todavía me aparecen sus estados, sus últimas conexiones y su foto de perfil, pero ahí está mi mensaje de la última vez preguntándole si había estado en casa. Sigue sin el visto. Quizás ya borró nuestro chat. Es lo más lógico.

A veces cuando no puedo dormir me pongo a leer nuestras viejas conversaciones. Sí, soy re masoquista. Me duele el estómago al ver lo bien que estábamos y cómo mandé todo a la mierda por un error. Bueno, yo sigo insistiendo en que fue un error, y lo voy a mantener hasta el día que me muera.

Tengo un diario, como esos que le llaman ahora, "bullet journal" o algo así, en el que venía escribiendo todo lo que pasaba con Gonza. No específicamente con él, escribía sobre cualquier cosa, pero últimamente él se volvió tan importante en mi vida que las páginas se llenaron con su nombre. Hace días que no vuelvo a escribir. No tengo nada que decir. Simplemente la cagué. 

El olor de la crema se mezcla con el del cigarrillo y noto que mi cenicero ya está casi lleno así que lo llevo a la cocina para tirar todas las colillas al tacho. Quizás también podría tirar el diario. Ya no tengo ganas de seguir llevándolo. Como dije, ya no se me ocurre qué más escribir.

Quizás podría quemarlo. Sería una forma simbólica de dar vuelta la página y olvidarme de este capítulo nefasto. Quizás tengo que resignarme y aceptar que mi historia con Gonzalo ya llegó a su fin. Por más que me duela, por más que no quiera. ¿Amores eternos? Esas cosas no existen. Todos se terminan. Algunos con la muerte, otros con las guampas. Otros ni siquiera empezaron.

Hojeo el diario notando los corazones que solía dibujar junto al nombre de Gonza. Ni que tuviera doce años. Qué pendeja de mierda soy.

Un nuevo mensaje me interrumpe los pensamientos dramáticos. Es Romina otra vez. La verdad es que mi celular solo suena gracias a ella, porque aparte de ella solo me escribo con mi familia y a veces con Exequiel, pero si yo no le hablo, él no me habla. Y hace bien.

Romina me manda una foto de Gonzalo con la valija en la mano. No sé si lo hace de forma genuina para que lo vea y vuelva a enamorarme de él o para restregarme en la cara que ella sí lo sigue viendo y yo no. 

Mis manos ya no están pegajosas, pero de todas formas no pienso responder ningún mensaje más.

» 9 de diciembre de 2018

Llegó el día que todos esperaban. 

No estoy mirando el partido. No quiero. No me da el corazón para ver a Gonzalo en la cancha por dos razones: si gana River lo voy a ver festejando, lo voy a ver feliz, pero sin mí, y eso, aunque suene egoísta, me partiría el alma. Y si pierde River lo voy a ver llorando, y eso sería peor.

Además de eso, tengo trabajo para rato en la computadora, y necesito terminarlo antes de la noche. Me pego un cagazo tremendo cuando la ciudad explota por un gol. No sé de quién, pero mi duda se disipa cuando escucho a la vecina de abajo salir al balcón y gritar:

— ¡Para vos, gallina putaaaaa! 

Tengo que respirar profundo para calmarme porque ese festejo me afecta como si fuera socia vitalicia del club. Y comienzo a rezar para que gane River, como si mi vida dependiera de eso.

¿Qué hiciste conmigo, Gonza? 

No me aguanto y me meto a twitter para ver los comentarios y la repetición del gol. Y cómo será de hija de puta la vida que justo lo hizo Benedetto, ese que en algún momento Gonzalo me dijo que no soportaba. Mi inicio se llena con la foto icónica del Pipa sacándole la lengua nada más y nada menos que a Montiel.

Y él tiene esa cara de pendejo desencajado que no entiende nada, con una barba crecida de unos pocos días que me vuelve loca.

Y yo me muero por estar ahí. 

Los de Boca festejan, los de River se lamentan, y yo no sé si ponerme a ver el partido o seguir con lo mío. Bueno, lo mejor va a ser encargarme de mi trabajo y olvidarme de esta final. Algo adentro mío siente que Boca ya la ganó, pero todavía tengo una pequeña esperanza de que lo empaten aunque sea para ir a penales.

Más o menos veinte minutos después, la ciudad vuelve a gritar. Casi muero al pensar que mi vecina podría estar festejando de nuevo, pero no la escucho. Un "¡VAMOS RIVER!" que se escucha a lo lejos me confirma que los chicos lo hicieron, empataron el partido. Me encuentro a mí misma sonriendole como estúpida a la pantalla de la compu. Como si hubiera apostado todo mi patrimonio al equipo. Quizás es por el cariño que le tomé a estos pibes, que casi ni conozco y tampoco me conocen. Creo que más tarada no se consigue.

La lluvia se larga con fuerza y yo estoy tan nerviosa que ya no puedo seguir, así que decido salir al balcón a fumar un ratito para calmarme un poco. La vecina del edificio de enfrente está mirando el partido y su televisor da a la puerta del balcón, por lo que puedo verlo yo también sin problemas. Busco una silla y me siento recostándome sobre la baranda. Algunas gotitas me mojan la cara pero no lo suficiente como para molestarme.

Pasan muchos minutos de aburrimiento hasta que viene el gol de Quintero. Un golazo totalmente impredecible. El barrio explota. Por suerte tengo más vecinos de River que de Boca, y todos salen a los balcones o sacan la cabeza por las ventanas para gritarlo. 

Los jugadores de Boca se desesperan y Andrada abandona el área para ir a cabecear algún corner perdido. Para mí, el error más icónico de su carrera. El Pity Martinez corona la final con el tercero. Un plano de Franco abrazándose con Mora y el banco de suplentes invadiendo la cancha. 

Buenos Aires es una locura. Llueve torrencialmente y los vecinos del barrio salen a festejar a las terrazas. Solo se escuchan gritos y bocinazos. Nunca en mi vida vi algo así. Ojalá pudiera verle la cara a la vecina de abajo. 

Ya está. River ya es campeón. Romina comienza a mandarme un montón de mensajes de letras sin sentido. Supongo que es su forma de expresar emoción y festejar. A Franco le escribo diciéndole que estaba muy pituco en la cancha. A Pala le mando una felicitación.

En el fondo, bien abajo encuentro la conversación con Gonza. Las manos me tiemblan mientras escribo un mensaje.

"Felicidades, campeón de América".

Pero lo borro letra por letra recordando sus últimas palabras. No quería verme más. Ni en figurita. Ni por WhatsApp. No vale la pena escribirle nada si ya sé que su respuesta no va a llegar nunca. Quizás ni el visto me clave.

Pero bueno, de todas formas, felicidades Gonza.

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Holaa, como va gente linda? Ya volví de mis días en el campo así que vine a actualizar esto. Este capítulo es terrible relleno pero bueno, el próximo va a ser mejor, lo prometo. También les cuento que ayer subí al perfil el inicio de otras tres novelas, una con el chino MQ que lo reeee pidieron en el post anterior, otra con Scocco&EnzoNicolás que también fueron re solicitados y la última con Lautaro Martínez que no lo pidieron taaanto pero ya tengo la historia pensada así que la voy a subir igual.

Sin más que decir, gracias a todos por el apoyo que está recibiendo esto. No pensé que sería así y me alegra muchísimo leer sus mensajes diciendo que les gusta esta cochinada. De verdad, me llenan el corazón. Gracias por leer, votar y comentar.

Los tkm. Abrazo de gol.

» CULPABLE - Gonzalo Montiel « Where stories live. Discover now