Capítulo 2

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Londres, catorce de Febrero, 2020.

No era de las personas que pasaba todo el tiempo pegada a la pantalla del teléfono, mucho menos cuando estaba trabajando porque consideraba que el bienestar de mis pacientes siempre iba a ser mi prioridad.

Pero el día de hoy era distinto.

Ayer Tess me había dicho que me iba a tener al tanto con el evento que estaba ocurriendo a tan solo unos cuántos kilómetros de distancia del hospital con la persona más especial del planeta. Sin embargo, siendo las dos de la tarde, mi mejor amiga aun no se había pronunciado.

Estaba en la sala de descanso disfrutando mi almuerzo, mirando una y otra vez la hora que se encontraba sobre la cabeza de Harry en mi teléfono, esperanzada a que una notificación por parte de la castaña llegara. Quería saber todo lo posible en estos momentos, en donde tengo el tiempo de revisar con tranquilidad mi celular, antes de volver con mis pacientes.

Nada.

—Maldita sea, Tess —gruñí y marqué su número por vigésima vez para después llevarme la bocina al oído. De nuevo al buzón.

Debe de estar tan emocionada conociendo al rizado que no estaba atendiendo sus estúpidas llamadas. Tomé una respiración profunda para tranquilizarme, no podía atender a mis pacientes con las revoluciones a mil por hora.

—Enfermera May...

—¿¡Qué!? —respondí alterada, girándome hacia el origen de la voz. Sacudí la cabeza y volví a respirar al ver la cara de susto del interno de medicina—. Perdona, ¿qué pasa?

—Al paciente de la 208 hay que administrarle los antibióticos pre operatorios —tragó saliva y señaló hacia la habitación.

Cerré los ojos y traté de calmarme. Si la situación con Tess me tenía irritable, el hecho de que se haya referido a los pacientes por el maldito número de la habitación me irritaba más.

Tanto para Mariam como para mí -y yo creo que para muchos otros profesionales de la salud- era de extrema importancia el trato humanitario hacia las personas que se atendían en este hospital. Detestaba la idea de que al ser ingresados, la mayoría de los que trabajan se refieran a los enfermos con simples números en vez de nombre y apellido. Después de todo, son humanos, y merecían ser tratados debidamente, con dignidad y respeto.

—Mira —sacudí la cabeza y traté de forzar una sonrisa, claramente estaba molesta—. Vas a ir al puesto de enfermería, vas a revisar la ficha, vas a leerte el nombre y el apellido de ese paciente y volverás a decírmelo, ¿está bien?

Él asintió y salió de la sala casi corriendo, algo que me hizo sonreír orgullosa. Entendía el hecho de que por ser interno te hacían la vida imposible mientras hacías tus prácticas. Yo misma pasé por ese infierno los cinco años de mi carrera. Pero no me avergonzaba en admitir que al fin ser la persona que daba las órdenes, que tenía en cierto sentido un nivel de poder superior, se sentía jodidamente bien.

—Es el señor Thomas Foyer —el interno volvió a hablar, el aire faltándole por el ligero trote que se había mandado.

—Muy bien, gracias... —dirigí mi vista hacia su credencial para leer su nombre—, Maxwell. Por favor, que no se repita, o hablaré con tu supervisor, ¿sí?

—Sí, enfermera May —asintió rápidamente y volvió a lo suyo.

Me levanté de la mesa, boté los restos de mi almuerzo y, con toda la fuerza de voluntad que tenía sobre mis hombros, dejé mi teléfono sobre la madera para no distraerme en las siguientes horas.

Sincerely, yours » h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora