Capítulo treinta y uno

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27 de diciembre de 2018

Hace unos años, los médicos me confirmaron que no podría tener hijos. Sin embargo, aquí estoy, inmensamente feliz a la espera de mi bebé. Tengo a mi lado un hombre maravilloso que ha logrado rebasar todas las barreras que me había impuesto para protegerme. Cuando vio la ecografía de nuestro pequeño beat lloró de felicidad. Al escuchar los latidos de su corazón, me confesó ser el hombre más feliz sobre la faz de la tierra. La sensación fue indescriptible, literalmente me dejó sin palabras.
En fin, adoro la idea de estar embarazada; pero odio estos malestares. Beat se niega a dejarme comer y no he parado de vomitar. Hoy se ha levantado rebelde.

Por enésima vez, me inclino hacia adelante y vomito. Ya solo son arcadas. Mi estómago ha expulsado todo lo que contenía. Esta vez siquiera tengo tiempo de llegar al baño y me veo en la obligación de utilizar la papelera.

— Por Dios, Amy —Eloy viene a socorrerme—. Estás peor que esta mañana.

— Honestamente, no está siendo un buen día —agrego.

— ¿Cuántas veces has vomitado?

— He perdido la cuenta —contesto—. Podría expulsar el bebé por la boca en cualquier  momento.

— Eres una necia —me reprende enfadado—. Llevo horas diciéndote que vayas a casa. Mírate. Estás fatal.

— Gracias —digo con sarcasmo antes de ser interrumpida por una nueva ola de náuseas.

— Se acabó —espeta muy serio—. En este preciso instante, recoges tu bolso y te vas.

— Pero…

—  Es una orden —me corta—. Tienes prohibido pisar la oficina hasta que te sientas mejor. Descuida, podré apañármelas perfectamente sin ti.

Resignada, accedo. En realidad, me siento peor que en días anteriores, con diferencia.

— Pues me voy —anuncio—. Al parecer, no me necesitas.

— Y toma el ascensor privado —ordena, ignorando mi comentario. Su tono de voz me advierte que no admite objeciones. Empiezo a notar su parecido con Daniel—. Es más rápido.

Siguiendo sus indicaciones, utilizo el ascensor privado. En algo tiene razón: el de trabajadores a esta hora está repleto y es un caos total. Sin embargo, no esperaba encontrarme a Priscila dentro del mismo.

— Buenos días —digo por cortesía.
Ella no me devuelve el saludo; sino que bufa en respuesta.

— Y encima se toma atribuciones que no le corresponde —resopla—. Auto nuevo, guardaespaldas… Ni siquiera pisa el ascensor para trabajadores. Veo que te adaptas muy bien a esta vida.

Volteo los ojos y niego con una sonrisa en los labios—. Es solo un ascensor —aclaro—. ¿Ahora quiere juzgarme por estar en él?

— Uno solo para la familia —replica—. Y sin embargo, aquí estás; como si fueras una más.

— Escuche, señora Gold: sé perfectamente que no le agrado; pero… —un extraño ruido interrumpe mis palabras. Luego, el ascensor se sacude, logrando que ambas perdamos el equilibrio.

— ¿Qué sucede? —inquiere nerviosa.

— No lo sé —respondo tocando los botones en la pared—. Se ha detenido.

— ¡Pues échalo a andar! —exclama un poco desesperada.

— Eso intento —mi tono es más calmado—. Debe haber alguna avería.

— No puede ser —percibo su respiración agitada—. Tienes que abrir —se acerca a la puerta dando golpes—. ¡Tiene que abrir!

— Señora Gold —intento detener sus golpes—, tiene que calmarse.

Seduciendo a mi JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora