3.TENSIÓN SEXUAL

6K 376 9
                                    

Echo un fugaz vistazo al reloj en mi muñeca para no perder de vista la entrada del edificio. Veintisiete minutos con cincuenta y cinco segundos, ese es el tiempo que llevo esperando sentado en el auto a que una cabellera castaña entre a la empresa. Me siento ridículo e infantil, no tengo idea de lo que estoy haciendo, pero al mismo tiempo me apetece actuar sin pensar demasiado por primera vez en mi vida.

Llevo dos semanas con este jueguito “inocente” y he descubierto una parte de mí que no conocía. Sus provocaciones me instan a ser más cálido, más divertido, más… impulsivo. Y aunque me desconcierta muchísimo, me gusta. Los pequeños minutos en los cuales jugamos con las palabras mis obligaciones desaparecen, mi legado familiar carece de importancia y olvido el enorme peso que cargo sobre mis hombros.

Por fin, tres minutos después la veo la veo bajar de un taxi y le doy la señal a mi chofer para que me abra la puerta. Por mucha prisa que me dé, incluso omitiendo el protocolo de seguridad, ella se me adelanta y entonces, me veo forzado a repetir la escena de la otra tarde: con un rápido movimiento me meto en el ascensor.

—Señorita Roldan, buenos días —por fortuna, no hay nadie más que nosotros. Algo muy común cuando entras en la oficina a las siete de la mañana.

—Señor Gold, ¿a qué debo tan inesperada visita? —su lengua viperina hace acto de presencia—. ¿El ascensor privado se ha averiado? O… — dibuja una sonrisa con marcado sarcasmo, resaltando aún más el corazón que forma con su boca— no me diga que ha decidido mezclarse con la plebe.

Plebe —me froto la barbilla con dos dedos pensativo, en tanto miro la pantalla en la pared. Son veinticinco pisos y vamos por el doce, no tengo mucho tiempo—, ¿es así como te consideras, Amanda?

—Perdón, pero, ¿le he dado permiso para tutearme?

Cuando pienso que ya no puede sorprenderme, sale con comentarios como estos. Por lo visto, me queda mucho de Amanda Roldan por conocer todavía.

—Soy tu jefe —señalo lo obvio.

—¿Y qué? —bufa entrecerrando los ojos en torno a mí—. Eso no le da derecho a tomarse atribuciones que no le corresponden.

—¿Crees que no me corresponde? —imito su actitud provocativa—. Yo soy el dueño de todo lo que ves aquí, Amanda. Hago y dispongo a mi antojo y si me apetece que bailes la macarena en una sola mano, debes hacerlo.

—Pues no conmigo, señor Gold —replica ella, intuyo que un poco mosqueada—. Soy una persona, no un mono para andar de graciosa. Lo que acaba de decir se llama abuso de poder, ¿sabe?

—Cada quien ejerce el poder en medida de sus posibilidades.

—La prepotencia no le llevará a ningún lado, señor Gold —se atreve a señalarme.

«¿Pero es que esta mujer no tiene instinto de supervivencia»

Me acerco a la pequeña provocativa hasta quedar a unos pocos centímetros de distancia y no me asombra que no me aparte. Las extrañas sensaciones que me dominan también le corroen a ella.

—¿Acabas de llamarme prepotente? —no puedo apartar los ojos de su boca y entonces, en un parpadeo mis dedos los tocan de manera inconsciente. Apuesto a que ya tenía una respuesta perspicaz preparada, pero mi movimiento inesperado la ha dejado fuera de base. A mí también, aunque no lo demuestro. El magnetismo entre los dos es demasiado fuerte—. ¿Sabes que puedo despedirte por esa simple expresión? ¿Por qué contradices cada palabra que digo, Amanda? ¿Es acaso un mecanismo de defensa?

El rostro se le descompone por unos efímeros instantes y luego se normaliza, pero alcanzo a percibirlo. Creo que acabo de encontrar su punto débil.

Agacho un poco la cabeza para quedar a su altura, antes de acortar la distancia entre los dos. Mi nariz roza la suya, sus pechos se aprietan contra mi pecho y su respiración parece desparecer. No la beso con mis labios, sino con mi aliento.

Seduciendo a mi JefeKde žijí příběhy. Začni objevovat