Capítulo veintidós

22.4K 1.3K 55
                                    


— Estás muy callada —declara—. ¿Sucede algo?

Me aferro a su agarre y dejo que nos guíe al compás de la música. He intentando por todos los medios distraerme y olvidar el desafortunado encuentro, pero ha sido una misión imposible. Cuatro años y aún continúa afectándome. ¿Dejará de hacerlo algún día?

— Todo está bien —hago lo posible por que mi afirmación parezca verdadera—. He disfrutado de la fiesta más de lo que pensaba hacerlo.

— Entonces Riley puede darse por satisfecha.

— La noto un poco decaída —comento en un intento de desviar el tema—. ¿Conoces el motivo?

Niega—. Quizá te parezca altiva y extrovertida —expone—. Pero en realidad es muy reservada. No ha sido la misma desde que volvió de Francia.

Suspiro—. Algo me dice que dejó un amor en ese lugar.

La observo. Conozco esa mirada a la perfección. Es la misma que antes contemplaba en el espejo cada mañana.

De repente, una opresora fatiga se apodera de mí.

— ¿Te sientes bien? —cuestiona mi novio—. Estás muy pálida.

— Solo un poco cansada —le resto importancia mientras respiro pausadamente—. Necesito ir al baño.

— Iré a avisar a Clarke que prepare el auto —reacciona rápidamente.

— No tenemos que irnos —replico. Es su cumpleaños.

— Yo también estoy cansado, Amy —admite, aunque no le creo del todo—. Además, muero por disfrutar de esa fiesta privada.

Sonrío nostálgica—. De acuerdo —adjudico.
— Te esperaré afuera —me notifica antes de besarme.

A toda máquina corro hacia el sanitario. Ya en él, tomo agua del grifo y me mojo la frente y la nuca.

— Demasiadas emociones en un día —admito prestando atención a mi rostro pálido en el espejo.

Me seco las manos y me dispongo a salir cuando alguien irrumpe en el local—. ¿Pensabas irte sin hablar conmigo?

Su presencia me descoloca, pero me recompongo fácilmente. No soy la chica ingenua que conoció tiempo atrás.

— Tú y yo no tenemos nada que hablar —declaro con firmeza—. Entre nosotros las palabras se agotaron hace mucho tiempo. Te encargaste de ello personalmente.

— Mientes —contrataca acercándose peligrosamente—. Aún tenemos una conversación pendiente, un asunto en común.

— A ti y a mí nada nos une —replico con fiereza—. Absolutamente nada.

— ¿Qué hay de nuestro hijo?

Sin apenas meditarlo, arremeto contra él y le proporciono una bofetada con todas mis fuerzas. Son tantos años de furia acumulada, de resentimientos y he descargado mi frustración con esa acción. En estos momentos, me gustaría gritar tan fuerte hasta destrozar mis cuerdas vocales.

— No te atrevas a mencionarle —noto el temblor en mi voz—. Nunca le quisiste. Negaste tu paternidad y me echaste de tu empresa sin siquiera pensártelo dos veces. No tienes derecho, no vales nada. Ni se te ocurra hablar de él, porque nunca fue tuyo.

Le aparto y salgo pitando de allí.

— Me arrepiento —me detiene en la puerta—. Me arrepiento de mis decisiones y mis actos. Sueño con ustedes todos los días. En verdad te amaba, Amy.

— ¡Tú no sabes amar! —exploto—. Quien ama no miente, no traiciona, no abusa y definitivamente no abandona—objeto—. Y tú nunca dejaste de hacerlo.

Seduciendo a mi JefeWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu