Despierto en una habitación que reconozco perfectamente. El olor a hospital invade mis fosas nasales.— ¿Qué pretendías montando semejante escena? —escucho una discusión entre los hermanos Gold.
— ¡No lo sé! No medí las consecuencias.
— Es evidente. ¡Escúchame bien...!
— Cállense, por favor —interrumpo la amena plática.
— ¿Amy? —Eloy es el primero en reaccionar—. ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? Con cuidado —añade al verme incorporarme y me ayuda.
— Un poco mareada —respondo—, pero estoy bien.
— He avisado a Becca —informa—. Viene en camino.
— No debiste —le reprocho—. Estoy bien.
— No lo estás —objeta—. Es la segunda vez que algo como esto sucede, Amy.
<< De hecho, es la tercera >>, agrega mi subconsciente; pero no le saco de su equivocación.
— ¿La segunda? —exclama Daniel impresionado—. ¿Estás enferma?
— ¿A ti qué más te da? —rebato.
— Me importa. Lo sabes.— No lo parecía en la junta —replico dolida—. Al parecer, no podemos trabajar en el mismo lugar. ¿Puedes buscar un médico, Eloy? Quiero irme de aquí cuanto antes.
— Señorita Roldan —rápidamente identifico la voz de la doctora Reed—. La señora Gold me ha informado lo ocurrido. ¿Recuerda mis instrucciones? Las emociones fuertes resultan contraproducentes en su estado.
— Lo lamento —me disculpo apenada. No me gusta ser reprendida, pero debo admitir que lo merezco—. No he podido evitarlo; pero ha sido solo un mareo, nada de que preocuparse.
— Se equivoca —objeta—. Le ha vuelto a bajar la tensión; esta vez, incluso los niveles de glicemia han descendido. Le advertí de seguir mis instrucciones al pie de la letra si quería llevar su embarazo a término.
Cierro los ojos ante la confesión y al mismo tiempo escucho el gemido de Daniel. Debería sentirme satisfecha porque he logrado informarle. Sin embargo, siento todo lo contrario.
— ¿Embarazo? —exclama—. ¿Estás embarazada?
Froto mi rostro con la palma de mis manos. La última vez que tuvimos esta conversación no terminó muy bien—. Así es —contesto sin poder mirarle a la cara.
— Pero… —intenta ordenar sus ideas—. Dijiste… tú no podías.
— Ha sido todo un acontecimiento —alude la ginecóloga—. Debido a sus antecedentes, las posibilidades eran prácticamente nulas. Su caso constituye realmente un milagro. Desconozco si será por parte de la ciencia o de alguna deidad.
— Nunca he sido religioso —comenta él con evidente sarcasmo—. Aunque ahora mismo, comienzo a cuestionarme muchas cosas.
— ¿Puedo irme a casa? —interrogo.
— Por supuesto —responde la especialista—. Le dejo la receta para nuevas vitaminas. No olvide mis instrucciones y nuestra cita la próxima semana.
— Gracias —me despido.
Nerviosa, recojo mis prendas, hecho la receta en el bolso e intento peinarme un poco con los dedos. Hago todo bajo la atenta mirada de los hermanos Gold.
— Eloy. ¿Podrías dejarnos a solas unos minutos? —pide Daniel sin dejar de observarme.
— Claro. Estaré fuera —señala.

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Seduciendo a mi Jefe
Romance¿Cuáles son las consecuencias por ofender a tu jefe? Pues llevarte llevarte la follada de tu vida. En el ascensor, sobre un escritorio o en un Penthouse con vistas a la ciudad de New York. A cualquier hora y en cualquier lugar. Amy selló su destin...