Capítulo veintiocho

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Despierto en una habitación que reconozco perfectamente. El olor a hospital invade mis fosas nasales.

— ¿Qué pretendías montando semejante escena? —escucho una discusión entre los hermanos Gold.

— ¡No lo sé! No medí las consecuencias.

— Es evidente. ¡Escúchame bien...!

— Cállense, por favor —interrumpo la amena plática.

— ¿Amy? —Eloy es el primero en reaccionar—. ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? Con cuidado —añade al verme incorporarme y me ayuda.

— Un poco mareada —respondo—, pero estoy bien.

— He avisado a Becca —informa—. Viene en camino.

— No debiste —le reprocho—. Estoy bien.

— No lo estás —objeta—. Es la segunda vez que algo como esto sucede, Amy.

<< De hecho, es la tercera >>, agrega mi subconsciente; pero no le saco de su equivocación.

— ¿La segunda? —exclama Daniel impresionado—. ¿Estás enferma?

— ¿A ti qué más te da? —rebato.
— Me importa. Lo sabes.

— No lo parecía en la junta —replico dolida—. Al parecer, no podemos trabajar en el mismo lugar. ¿Puedes buscar un médico, Eloy? Quiero irme de aquí cuanto antes.

— Señorita Roldan —rápidamente identifico la voz de la doctora Reed—. La señora Gold me ha informado lo ocurrido. ¿Recuerda mis instrucciones? Las emociones fuertes resultan contraproducentes en su estado.

— Lo lamento —me disculpo apenada. No me gusta ser reprendida, pero debo admitir que lo merezco—. No he podido evitarlo; pero ha sido solo un mareo, nada de que preocuparse.

— Se equivoca —objeta—. Le ha vuelto a bajar la tensión; esta vez, incluso los niveles de glicemia han descendido. Le advertí de seguir mis instrucciones al pie de la letra si quería llevar su embarazo a término.

Cierro los ojos ante la confesión y al mismo tiempo escucho el gemido de Daniel. Debería sentirme satisfecha porque he logrado informarle. Sin embargo, siento todo lo contrario.

— ¿Embarazo? —exclama—. ¿Estás embarazada?

Froto mi rostro con la palma de mis manos. La última vez que tuvimos esta conversación no terminó muy bien—. Así es —contesto sin poder mirarle a la cara.

— Pero… —intenta ordenar sus ideas—. Dijiste… tú no podías.

— Ha sido todo un acontecimiento —alude la ginecóloga—. Debido a sus antecedentes, las posibilidades eran prácticamente nulas. Su caso constituye realmente un milagro. Desconozco si será por parte de la ciencia o de alguna deidad.

— Nunca he sido religioso —comenta él con evidente sarcasmo—. Aunque ahora mismo, comienzo a cuestionarme muchas cosas.

— ¿Puedo irme a casa? —interrogo.

— Por supuesto —responde la especialista—. Le dejo la receta para nuevas vitaminas. No olvide mis instrucciones y nuestra cita la próxima semana.

— Gracias —me despido.

Nerviosa, recojo mis prendas, hecho la receta en el bolso e intento peinarme un poco con los dedos. Hago todo bajo la atenta mirada de los hermanos Gold.

— Eloy. ¿Podrías dejarnos a solas unos minutos? —pide Daniel sin dejar de observarme.

— Claro. Estaré fuera —señala.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now