Capítulo veinticinco

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Con demasiada lentitud abro los ojos. Mis párpados pesan. Al principio todo me da vueltas; luego logro enfocar la imagen de un preocupado Erick.

— Menos mal —comenta aliviado—. Estaba a punto de llamar una ambulancia. Me has dado un susto de muerte. ¿Estás bien? —las imágenes de lo ocurrido invaden mi mente con un golpe desolador. Las lágrimas se apoderan de mí. Él me envuelve entre sus brazos—. Lo siento, cariño; eso fue una pregunta tonta. ¿Tienes una relación con Daniel Gold? Eso también fue tonto —rectifica—. Lo siento. Lamento todo esto. Cuando me preguntó qué hacía en esta casa y dónde estabas, le contesté que el departamento era mío y tú mi esposa. No debí decirle. Lo lamento.

— No lo hagas —digo entre sollozos—. No tienes por qué esconder nuestro matrimonio. Casarme contigo ha sido la mejor decisión que he tomado en mucho tiempo. No lo lamentes, por favor.

— Está bien  —adjudica—. Siendo honesto, admito que no me arrepiento. Conocerte ha sido de las mejores cosas que me han sucedido en la vida.

— Te echaba de menos —admito en un susurro.

— Y yo a ti, cariño —él me decía cariño. Lloro con más fuerza—. Tranquila —intenta consolarme con suaves caricias—. Todo se solucionará. Ya verás.

15 de noviembre de 2018

Me echo agua en el rostro por tercera vez en el día. No he parado de vomitar en toda la semana. Apenas como. Erick ha intentado de todo para hacerme comer, sin éxito. Es oler la comida y correr al baño. No he pegado ojo; las pesadillas han regresado. Esta vez son mucho peores: hechos del pasado se mezclan con mi presente. Es algo aterrador y mi estado es deplorable.

Me miro en el espejo. Apenas puedo reconocerme. Estoy pálida. Unas enormes bolsas moradas adornan mis ojos pardos, ahora apagados. Me siento como la mierda, literalmente.

Daniel no ha querido escucharme. No responde mis correos. Ha bloqueado mi número. He intentado llamarle desde otro —justo como hizo él—, igualmente me cuelga. Me ha prohibido la entrada a su oficina. El primer día lo logré, abusando de mi amistad con Camille y poco faltó para que le despidiera. Incluso se ha ido a los golpes con Eloy. La situación se está haciendo insostenible.

Escucho el sonido de mi móvil.

—Erick—

— ¿Has podido hablar con Riley? —pregunto al descolgar.

Le oigo suspirar.

Hace dos noches me contó la historia. Se conocieron en París. La menor de los Gold trabajaba para él. Mantuvieron una relación sin compromiso. Ella le pidió más y él se lo negó.

Se comportó como todo un desgraciado según sus palabras. Con el pasar de los meses no logró olvidarla. Fue en ese momento dónde se dio cuenta de que se había enamorado. Sin embargo, Riley había ocultado su verdadera identidad y había utilizado su apellido materno. No tenía como encontrarla. No fue hasta que vio un artículo sobre la joven chef y su restaurante, que descubrió toda la verdad.

Pero las cosas no hicieron más que complicarse. Con la llegada de Erick, Riley se enteró de nuestro matrimonio; Daniel se lo contó. Y al igual que su hermano, no ha querido escuchar explicaciones. Incluso fue a verme.

<< — ¿Sabes? De él me lo hubiera esperado. No ha hecho más que decepcionarme desde que le conocí —admitió—. Pero de ti… Nunca imaginé equivocarme tanto con alguien. Si por algo me caracterizo es por leer a las personas y descifrarles. Supongo que errar es de humanos. Aléjate de mi hermano o te las verás conmigo. No le mereces. >>

Esas fueron sus palabras.

— ¿Tú qué crees? —Cierro los ojos lamentando la situación. Todo esto es mi culpa. Le oigo suspirar—. ¿Por qué no nos enamoramos tú y yo?
Sonrío nostálgica—. Porque existen los Gold en nuestras vidas —respondo rotundamente.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now