Capítulo diecisiete

25.3K 1.5K 150
                                    


No puedo quitar la expresión de sorpresa de mi rostro. Imaginaba que la casa de los Gold sería enorme y lujosa, pero realmente no estaba preparada para la magnificencia frente a mis ojos. Desde que cruzas la verja de la entrada, es como si entraras en un nuevo país o ciudad: jardines, invernaderos, casas, campos de golf; interminables áreas que hacen de la vivienda toda una villa. En cuanto a la mansión, es mas bien un palacete. En su constitución se notan los años de antigüedad que debe tener. Sin embargo, la moderna decoración deja en evidencia las continuas remodelaciones.

— ¿Y…? ¿Qué te parece? —pregunta mi novio expectante.

— Creo que espléndida se queda corta —logro responder, tras unos minutos en silencio—. Es muy antigua, ¿me equivoco?

— No —contesta sonriente—. La casa fue construida en el siglo dieciocho. Malcom Rocketford ordenó construirla para el recibimiento de la reina Ana de Gran Bretaña. Según las historias del abuelo Ed, la visita de la reina fue todo un acontecimiento. Se quedó en la mansión cuatro semanas. Desde entonces, la propiedad pertenece a la familia Rocketford. El lugar se remodela todos los años, aunque siempre se ha procurado preservar su arquitectura original.

— Vaya…, toda una historia —comento—. ¿Tus antepasados eran de familia noble?

— Malcom Rocketford era conde de Westbrook —explica—. Vino a América en busca de aventuras. La atracción hacia esta tierra fue tal, que decidió asentarse aquí. Eso cuenta la historia. Aunque el abuelo afirma que fue una mujer —agrega y no puedo evitar sonreír.

— Es maravillosa —admiro el lugar una vez más—. Y la modernización de su estructura le da un toque mágico. Es como un reencuentro entre todas las generaciones: el pasado con el futuro.

— Exacto —coincide—. Tal vez te has preguntado por qué vivo con mis padres aún. Pues esta es la razón —abre los brazos en toda su extensión, señalando la villa—. Amo este lugar.

Le observo fijamente. Puedo distinguir la pasión en su expresión, en sus palabras.

Indudablemente este sitio posee un magnetismo a un nivel muy alto.

<< Sería maravilloso vivir aquí >>, comenta mi subconsciente.

<< No te hagas ilusiones, querida. Eso no sucederá >>, respondo automáticamente.

— Me he dado cuenta —agrego.

— ¿Entramos? —sugiere.

— Usted guía el camino, señor Gold.

Si por fuera lo creía magnífico, por dentro no tendría palabras para describirlo.

Un estremecimiento involuntario se apodera de mi cuerpo.

La familia de Daniel es muy rica, siempre lo ha sido. Todos nacidos en cuna de oro. La unión de los Gold con los Rocketford debe haber sido como el enlace de dos imperios. Ahora comprendo la postura conservadora de Priscila.

— ¿Todo bien? —inquiere posando sus ojos frente a mí.

Asiento en respuesta—. A veces olvido quién eres. Tanta riqueza me abruma un poco —me encojo de hombros.

— Es solo dinero, Amanda —replica—. Soy un hombre común y corriente como cualquier otro.

— De común no tienes nada y de corriente, menos —objeto—. Eres mío —detengo sus protestas con mis palabras—. Eso ya te convierte en un hombre afortunado.

Ambos sonreímos ante mi comentario, luego toma mis labios en un fugaz beso—. Muy afortunado —añade.

El recibimiento de la familia es realmente acogedor. Aunque falta la anfitriona de la cena; además de los abuelos de Daniel. Solo se encuentran en el salón mi pareja favorita y Robert Gold. Según este último, Riley fue a cambiarse, ya que estaba preparando la cena. Priscila salió hace unos minutos, prometiendo que regresaría con una sorpresa.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now