Capítulo treinta y seis

23.7K 1.1K 92
                                    


<< ¡Un anillo! Es un anillo >>     

— Amy… —Pasa su mano libre por su rostro—. Joder. Esto es más difícil de lo que pensé —su tórax se expande, marcando su profunda respiración—. Amanda Roldan, antes de conocerte tenía toda una vida planeada, pero chocaste conmigo frente al ascensor y arruinaste todo. Incluso después de conocernos sigues arruinando mis planes, como ahora.

>> Me has sacado todo el discurso de la cabeza. Con solo verte, no puedo pensar en nadie ni en nada más. Te has convertido en el centro de mi mundo, en la razón de mi existencia. Todo lo que antes parecía imprescindible, ahora carece de importancia. Tú te has convertido en mi máxima prioridad. Me enfrentas, me retas, me provocas y al mismo tiempo, te derrites entre mis brazos.

>> ¡Dios! Me exasperas. Logras sacarme de quicio con una facilidad impresionante —me resulta imposible no sonreír—. Nunca he conocido nadie como tú y no creo que lo haga jamás. Solo espero que nuestro bebé se parezca mucho a ti, al menos en lo bueno. Lo quiero todo de ti, Amanda. Tenía una inmensa lista de razones por las cuáles debías aceptarme y pasar el resto de tu vida conmigo. Por favor, dime que no lo he arruinado y quieres casarte conmigo.

Su discurso me deja sin aliento por un tiempo prolongado. Ni siquiera soy consciente del ambiente alrededor, solo de él, su preciosa declaración y su actitud expectante.

— Daniel… —intento ordenar mis ideas—. Debemos aclarar varios puntos —el me observa dubitativo, pero no habla—. Primeramente, no sé si lo recuerdas, pero ya estoy casada.

— Eso está solucionado —interviene.

— ¿Cómo? —pregunto dubitativa.

— Los papeles del divorcio están en regla. Me he puesto de acuerdo con Erick…

— Sin contar conmigo, por supuesto —le interrumpo.

— Era una sorpresa —argumenta.

— Pues, sí que ha sido toda una sorpresa —digo con ironía—. ¡Felicidades!

— El asunto es —voltea los ojos—…, que solo falta tu firma para ser una mujer legalmente libre. Por tanto, pasemos al siguiente punto.

— ¿Qué hay de mis papeles de emigración?

— Todo está en regla, amor. No solo conservas la residencia, sino que has obtenido la nacionalidad. Eres toda una ciudadana americana.

— ¿Cómo lo has hecho? —me cuesta creerlo.

— Soy un Gold, amor —señala con suficiencia—. Podría convencer al mismísimo presidente.

No creo que el presidente piense igual, pero no se lo digo. En algo tiene razón: como dice mi madre “por dinero baila el mono”.

— Esto es… increíble, Daniel —me acerco a él—. Tú eres increíble.

Quiero besarlo, pero el anillo en su mano me lo impide.

— ¿Queda agún otro punto? —indaga.

— Solo uno —señalo—. Aun no me has hecho la pregunta.

Emite una sonora carcajada—. Amanda Lien Roldan —toma mi mano izquierda con la suya—, ¿te casarías conmigo y compartirías tu vida con este patán arrogante que solo tiene ojos para ti?

— Me encantaría —me arrojo a sus brazos.

— Espera —dice entre risas, al ver que lo ataco con besos—, espera, espera. El anillo.

— Oh, casi lo olvidaba —dejo que me coloque el pedruzco. Dos lineas finas; una plateada y otra dorada que se unen en un diamante en forma de rombo. Justo como cuando nuestras miradas se juntan y entonces, saltan las chispas: espectacular y a la vez sencillo—. Es precioso. Tal vez hayas olvidado el discurso que tenías preparado, pero el improvisado ha sido precioso. Aunque me gustaría escuchar esa lista de razones —le escucho suspirar aliviado—. ¡Estabas nervioso! —le chincho.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now