Capítulo siete

31.4K 1.7K 66
                                    


Llegamos juntos al vestíbulo, en donde se encuentra mi pareja favorita. Sin embargo, apenas nos tocamos.

— ¿Se durmió? —inquiere Eloy.

— Dormida y arropada —contesto.

— Genial. ¿Otra copa?

— Es un poco tarde, hermano —Daniel deniega su ofrecimiento.

— Claro, amor —interviene Becca—. Daniel tiene cosas que hacer todavía —dice enarcando las cejas con cierto tono de sarcasmo—. ¿Llevarías a Amy? Te queda de camino —sugiere sonriendo y mirándome de reojo.

<< Juro que la mato >>

— Por supuesto —responde en un hilo de voz.

Ambos nos despedimos del feliz matrimonio. Le doy un abrazo a mi mejor amiga, no sin antes susurrarle una nota de advertencia—: Esta me la pagas, Rebecca Gold River.

— Has dicho mi nombre completo —expresa en el mismo tono de voz—, dos veces. Estoy en serios problemas, ¿verdad?

— ¿Tú que crees? —escucho la voz de un impaciente Daniel, llamarme—. Ya hablaremos tú y yo —le advierto.

Nos separamos y me marcho junto a mi furioso Dios Dorado. En el camino al penthouse, no emite palabra alguna. Nos hemos enfrascado en un profundo silencio: cada cual pensando lo que debe decirle al otro.

Definitivamente, la situación se ha complicado. ¿Pero, qué digo? Era complicado desde el primer momento. Sabía perfectamente en dónde me metía.

<< Y no te arrepientes. Bien que lo has disfrutado >>, mi subconsciente hace acto de presencia.

Y tiene razón. Soy una mujer independiente y responsable de mis actos. Con quien me relacione, no es de la incumbencia de Daniel Gold.

El sonido de las puertas del ascensor interrumpe mis pensamientos.
Daniel sale de él sin esperar por mí o siquiera voltear a mirarme.

Rápidamente se dirige al bar y se sirve una copa.

— ¿No crees que ha sido suficiente whisky por hoy? —señalo, acercándome a él cautelosamente.
No responde, no menciona palabra; solo me mira. Los minutos pasan y se mantiene impertérrito.

<< Vale, dos pueden jugar este juego >>

Me recuesto al peldaño de mármol frente a él. Mantengo el duelo de miradas y cruzo mis brazos.

Al cabo de varios minutos, le oigo maldecir por lo bajo—. ¿No piensas decir nada?

— No tengo nada que decir —me encojo de hombros, sin moverme de mi lugar.

— ¡Vaya! —exclama—. ¡Amanda Roldan no tiene nada que decir! Eso sí es una novedad.

— Deja el sarcasmo, Gold. No te queda.

— ¿Por qué no me dijiste? —inquiere en un tono muy bajo, pero firme.

— No lo creí necesario. Y si tanto te interesaba, podías preguntar.

— ¡¿Necesario?! —explota—. Eres amiga íntima de mi cuñada, de mi hermano; prácticamente parte de la familia según ellos. Debías habérmelo dicho sin necesidad de preguntarte. Tuviste infinidad de veces para mencionarlo.

— ¿En serio? —pregunto incrédula—. ¿Cuándo debería contarte? ¿Durante nuestros encuentros en el ascensor? ¿O tal vez mientras me follabas en cada rincón de este penthouse? Tú y yo nos vemos y difícilmente podemos mantener las manos lejos del otro. Apenas nos damos los buenos días o noches. Nunca hemos tenido intimidad —ríe sarcásticamente—. Sabes a qué me refiero. El tema jamás ha surgido. No vengas con acusaciones o suposiciones.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now