Capítulo veintiséis

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17 de noviembre de 2018

Con mucho esfuerzo abro los ojos; mis párpados pesan demasiado. Por unos segundos, todo a mi alrededor gira, hasta que logro enfocar bien la vista. El paisaje no es muy alentador. Los hermanos River me observan con evidente preocupación.

— Hasta que al fin despiertas —suspira de alivio mi mejor amiga—. Nos has dado un susto de muerte.

— ¿Qué ha pasado? —pregunto un poco confusa.

— Te desmayaste en mis brazos, Amy —contesta Erick—. ¿No lo recuerdas?
Las imágenes vienen a mi mente un poco borrosas.

— Apenas recuerdo llegar al departamento —respondo llevándome las manos hacia las sienes un poco mareada—. Todo es tan confuso. Mi cabeza es un desastre ahora mismo. Siento haberlos preocupado —me disculpo. Luego observo la habitación sin reconocerla—. ¿Dónde estamos?

— En el Hospital Central —aclara Becca—. Llevamos un rato aquí.

— ¿Un rato? —exclamo incrédula—. Podían heberme recostado y darme a aspirar un poco de alcohol. Solo fue un desmayo. No hagamos de esto un hecho más grande de lo que es.

— Amy, llevas más de cuatro horas inconsciente —argumenta el mayor de los River—. Apenas te escuchaba respirar. Además, es la segunda vez que te desmayas en mis brazos.

— ¡¿Cómo?! —jadea mi amiga y ya intuyo la regañina que me espera—. ¿Por qué no me has contado nada? ¿En qué estabas pensando, Amanda Lien Roldan?

Ha dicho mi nombre completo, lo cual me advierte su nivel de Enfado.

— Me has llamado Lien —apunto—. ¿Significa eso que estoy en problemas?

— Puedes darlo por hecho —asegura. Posteriormente, adopta ese gesto preocupado que no me gusta nada—. No estás bien, Amy. Solo hay que verte para darse cuenta.

— No estoy en mi mejor momento, Becks —señalo con una irónica sonrisa—. Creo que todos hemos salido afectados con todo esto.

— Esto ya no es emocional, Amy —advierte—. Estamos hablando de tu salud. Algo no está funcionando bien aquí —deposita sus manos sobre mi pecho.

— Bueno —suspiro apesadumbrada—. La verdad es que me siento como el gatito de Sugar estos días —admito con total sinceridad.

— El gato murió atropellado, Amy —rememora mi amiga.

— Exacto.

— Tranquilas —interviene Erick—. El doctor nos dirá exactamente qué sucede y lo solucionaremos.
Ambas asentimos.

— ¿Eloy no ha venido contigo? —indago. Me parece raro que no la haya acompañado.

— No teníamos con quien dejar a Sugar —explica—. Era muy tarde y no quisimos molestar a alguien más. Quedé en informarle si algo no iba bien.

Sus palabras me hacen fijarme en el reloj colgado en la pared.

Jadeo de la sorpresa. Las agujas marcan las tres de la madrugada y un poco más.

— ¡Por Dios! —exclamo—. ¡Es tardísimo!

— Sí, lo es —confirma Erick exasperado—. ¿Dónde se ha metido ese médico?

— Supongo que hablan de mí —interrumpe un hombre vestido de blanco—. Me alegra verla despierta, señorita Roldan. Soy el doctor Doyle.

— Un placer —respondo—. No me presento porque evidentemente sabe mi nombre.

Seduciendo a mi JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora