Capítulo treinta

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¡Malditas náuseas matutinas! Ya me estoy hartando de ellas. He intentado de todo para hacerlas desaparecer. Mis amplias búsquedas en internet sobre cada remedio han sido en vano. Se suponía que debían marcharse a las doce semanas. Tengo catorce y siguen aquí.

Si a los malestares le sumo la falta de cafeína, ya soy un desastre total. La felicidad y el buen humor que me ha dejado Daniel esta mañana han desaparecido.

Al salir de casa, me encuentro con una enorme camioneta impidiéndome el paso.

— Señorita Roldan —saluda un hombre vestido de traje. Aunque tiene un gesto serio y es de complexión fuerte, debe rondar los treinta solamente.

<< Parece un mini Clarke >>

Incluso le encuentro cierto parecido físico.

>> Soy Christopher Clarke y esta es Miller —señala a una robusta mujer afroamericana con el mismo porte.

— ¿Clarke? —interrogo curiosa—. ¿Como David?

— Así es —reafirma con un asentimiento de cabeza—. Es mi tío. Somos sus nuevos guardaespaldas.

— ¡No me digas! —exclamo irónica.

<< Bien que me la has jugado, Gold >>

— La llevaremos a la empresa, señorita —indica la mujer abriendo la puerta del coche.

— Apuesto a que lo harán —maldigo en voz baja.

<< ¡Me ha puesto guardaespaldas! >>

<< ¡Dos por falta de uno! >>

— Señorita Roldan —alude el Christopher—, pasaremos a buscarle a la hora del almuerzo. La llevaremos con el agente inmobiliario.

— ¿Cómo? —salto de prisa.

— El señor Gold ha concertado una cita con la señorita Megan Holland, para buscar un nuevo departamento.
Sonrío y peino mi cabello con una mano furiosa.

<< ¡Esto ya es el colmo! >>

— Daniel Gold, estás muerto —advierto en voz alta, al bajarme del auto.

Sin premuras, llego al ascensor y marco el último piso. Una confusa Camille me recibe.

— Amy, el señor Gold se encuentra reunido —señala.

— Me da igual —replico dirigiéndome hacia su oficina—. El señor Gold me va a escuchar.

— Pero…

La dejo con sus excusas y abro la puerta sin siquiera tocar. En estos momentos una bestia feroz se ha apoderado de mi cuerpo.

Mi entrada interrumpe las carcajadas de los hermanos Gold. Ambos se encuentran sentados uno frente a otro, totalmente relajados.

<< Menuda reunión, tienen >>

— Lo lamento, señor Gold —alude su asistente—. No pude detenerla.

— Está bien, Camille —intercede sonriente. Desearía golpearlo ahora mismo—. Amanda puede interrumpir siempre que quiera —la susodicha asiente y cierra la puerta—. Hola, amor…

— Corta el rollo —le interrumpo—. ¿Qué crees que estás haciendo?

— ¿A qué te refieres? —pregunta confuso.

— ¿Debo explicarlo? —mi voz resuena en la extensa oficina—. No pienso aceptar tu enorme auto de princesa, las sombras que me has contratado, ni la super casa.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now