7. AHOGADOS EN DESEO

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Eloy Gold

No la entiendo, aunque ni siquiera me entiendo a mí mismo. Hasta hace dos días me resultaba indiferente. Simplemente me intrigaba el bajón en su media, a pesar de no ser la primera vez que algo así sucede debido al cambio de profesor. ¡Por Dios Santo, es mi alumna! Además, tengo novia y no estamos en el club, donde soy libre para acostarme con quien me guste.

¿Qué diablos estoy haciendo?

Debí haber cancelado las clases en cuanto operaron a Lala, o mejor, ¡en cuanto descubrí que era la puñetera novata encantadora con la que pasé la noche!

Total, ni el intento hace de prestarme atención. Me evita, aunque por instantes... tengo la impresión de que se queda mirándome con fijeza.

Sus ojos conectan con los míos, destilando una intensidad apabullante. Siento el ritmo de su respiración casi ausente, recuerdo las sensuales curvas escondidas tras esa camisa holgada, el excitante movimiento de caderas, su boca... ¡Joder! Mi nombre salió de esa boca más veces de las que puedo contar.

«Bésala», grita la voz irracional de mi cabeza.

«Bésame», sus labios parecen llamarme.

Mi nariz roza la suya, mi corazón late contra el suyo al mismo tiempo que mi aliento se mezcla con el suyo. Quiero besarla..., pero no puedo.

Me alejo por inercia, como si de un resorte se tratara, a tan solo un milímetro de consumar el beso.

—Lo lamento, yo...

—¡Tengo que irme! —se levanta de la silla de un brinco y sale corriendo frenética sin siquiera recoger sus pertenencias.

«Menudo cabronazo estás hecho, Eloy Gold», me reprendo mentalmente antes de salir detrás de ella para alcanzarla.

—Señorita River, espere —si me escucha no lo demuestra—. ¡Rebecca!

¡Maldición!

Aprieto el paso hasta conseguir interceptarla.

—¡No me toque! —pide fuera de sí. ¡La madre que me parió! Como si nada piensa que soy un pervertido ventajista, que la citó en casa para aprovecharme—. No se me acerque.

—Rebecca... —avanzo los mismos pasos que ella retrocede—. Lo lamento, no sé qué me pasó...

—Deje de hablar, por favor —me interrumpe de manera abrupta, pese a que su voz parece una súplica—. Solo... dejémoslo aquí. No debí venir en primer lugar y...

«En eso estamos de acuerdo»

»... tenía que haberme cambiado de clase cuando todavía estaba a tiempo.

Sus palabras me dejan momentáneamente paralizado.

Pensándolo bien, yo quería besarla, pero ella... estaba esperando el beso.

«¿Nunca has deseado algo tanto, aunque no puedas tenerlo, que te hace soñar despierto?», mi memoria me lleva otra vez a dos noches atrás.

El motivo que la llevó al club...

«Solo quería comprobar si el viejo refrán de «un clavo saca otro clavo» era cierta.»

Lo gusta otro hombre, uno que, según su palabras, no puede tener...

¿Podría ser que...?

«No», por más que me niego a creerlo, la forma en la cual me sostiene la mirada y las piernas le tiemblan, indican lo contrario.

—¿A tiempo de qué, Rebecca? —su nombre se siente extraño en mi paladar—. ¿Por qué no prestas atención en clase? ¿Por qué me haces sentir como un profesor incompetente?

—No lo eres —afirma con tanta convicción que me sobrecoge, tuteándome por primera vez. Sin embargo, no dejo de avanzar ahora que ya no tiene a dónde correr, puesto que hemos llegado al borde de la piscina.

—Conozco a la perfección mis capacidades, a pesar de lo mucho que me haces dudar —aclaro con severidad, consiguiendo intimidarla. La cabeza me da mil vueltas, no tengo idea de lo que estoy haciendo, por ello me muevo por puro instinto—. Pero es evidente que tienes un problema conmigo, solo conmigo. ¿Cuál es?

—Será mejor que me vaya...

—¿Por qué huyes de mí, Rebecca? —insisto llegando hasta su posición con frustración—. ¡¿Por qué?!

—¡Porque me gustas! —mis sospechas son confirmadas y la realidad me resulta... abrumadora. Las manos se me quedan colgando inertes al lado del cuerpo, mi boca abierta de par en par y la mirada petrificada como si acabara de ver a la mismísima Medusa—. Usted me gusta, profesor Gold. No puedo prestarle atención a sus lecciones porque no dejo de imaginármelo desnudo. Y no escucho, no escucho nada en absoluto, porque mis cinco sentidos se centran en alejar los pensamientos lujuriosos y no consigo hacer nada más. Me gusta tanto que tengo sueños con usted, profesor, incluso estando despierta y no hay tutoría especial que mejore mi situación. Por eso necesito salir de su clase, de su casa y de su vida. Usted es mi profesor y yo... yo...

El enorme discurso queda apagado cuando mis labios se encuentran con los suyos. La beso sin paciencia, sin pudor, sin miedo, desfogando la frustración que me cargo desde hace dos noches, cuando la dejé dormida en mi cama, horrorizado por haber descubierto su identidad.

No me despego de ella... ni siquiera cuando caemos juntos a la piscina al dar un traspiés. Por el contrario, me aferro más aún a su boca, compartiendo aire hasta ahogarnos en deseo... literalmente.

Y se siente bien, demasiado bien como para dejarla marchar.


Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now