9. OLVIDAR

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Eloy Gold

«Usted me gusta, profesor Gold»

Bebo mi copa de un tiro y vuelvo a llemarla. Esa voz... Su maldita voz no sale de mi cabeza.

No seré hipócrita al decir que es la primera vez que se me declaran, pero... jamás lo habían hecho de esa forma.

«Es un tonto enamoramiento de colegiala», trato de convencerme a mí mismo. Sin embargo, me parece ilógico dada la madurez que demuestra, la sinceridad que detecté en sus ojos, la evidente atracción... Sí, puedo ser su profesor y probablemente tengamos casi diez años de diferencia, pero ella no es ninguna niña. Por el contrario, mi mente evoca a una mujer en todos los sentidos de la palabra.

Y sin saberlo, me acosté con ella y...

«Me gusta tanto que tengo sueños con usted»

Si supiera que he cumplido, al menos en una buena parte, su fantasía erótica...

—Estás raro —el rostro de mi novia me trae de regreso al presente—.

¿Sigues ofuscado con tu madre? —me encojo de hombros antes de beber un largo trago. Mi hermano tiene razón en algo; no hay nada mejor que el whisky escocés para bajar la piedra—. ¿Hasta cuándo les durará la pequeña riña? No quiero casarme con un novio gruñón.

Casarme... de solo evocar la palabra en mi mente se me queda atorada en la garganta. Algo desconcertante, teniendo en cuenta que, hasta hace cuatro días, me moría por atarme la soga al cuello.

¡Esto es ridículo! Cinthya es mi compañera ideal, ¡la quiero! No puedo estar dudando de mis sentimientos o de mis planes por una noche de sexo convencional con una joven inexperta.

«Es imposible», razono.

«Tengo que volver a ser yo»

—Estoy bien.

—No lo estás —objeta ella con toda seguridad. A veces olvido lo bien que me conoce—, pero no ahondaré en el tema. Ya me contarás cuando te sientas listo.

«He besado a otra mujer... fuera del club», no encuentro las palabras para explicarlo. ¿Cómo decirle que he roto las reglas, tanto las de nuestra relación, como las de este lugar?

—Sabia elección —termino cavilando—. ¿Por qué no jugamos, mejor?

¿Tienes algún prospecto en mente para esta noche?

—Estaba esperando a que me dijeras eso —la sonrisa se le amplía, mostrando los hoyuelos en las mejillas—. ¿Qué te parece si hoy explotas tu vena voyeur y disfrutas de un pequeño espectáculo?

Ver y no tocar, autocontrol. Justo lo que necesito.

—Me parece perfecto.

Termino de vaciar mi copa para seguirla hasta el pasillo, pero entonces... me detengo en seco al verla.

¡Está aquí! Ha regresado al club... ¿Para qué? ¿Para tratar de olvidarme y deshacerse de la frustración sexual de paso, o para repetir la noche con Oro?

Dudo que la teoría del clavo funcione... si al final los dos son uno mismo.

Me gustaría alcanzarla, apretar sus mágicas caderas mientras bailamos al ritmo de Coldplay y luego guiarla hasta el cuarto de juegos para demostrarle que tanto Eloy Gold como Oro son imposibles de olvidar, pero...

—¿Sucede algo? —Cinthya regresa sobre sus pasos al notar que no le sigo.

Me detengo en la cabellera rubia una última vez antes de desviar la mirada hacia mi chica, la única con la cual debería imaginarme comiéndole la boca.

—No, nada —le doy una media sonrisa antes de continuar mi camino.

Es mejor así. Tengo que poner distancia entre nosotros, tanto en el club como en el mundo exterior. Ambos tenemos que olvidarnos del otro, porque de lo contrario, terminaríamos en un completo desastre.

Llego al salón dispuesto para nosotros y no me detengo a reparar en la presencia del dúo esperándonos sentados en el sofá, sino que me dirijo directo al mini bar y me sirvo un buen vaso de whisky.

—¿Te parece bien si yo tomo las riendas, Oro? —mi viejo amigo, Ojo de Tigre, me pide autorización al mismo tiempo que me dejo caer sobre el sillón situado a unos cuantos metros de la cama.

—Adelante —asiento oliendo el licor antes de tragar—, hoy solo soy un simple espectador.

La función no se hace esperar. Él, su mujer y mi novia no tienen límites a la hora de darse placer. Un instrumental se despliega sobre la cama con todo tipo de artefactos sexuales y prueban la mayoría de ellos.

El morbo me puede, los gemidos se apoderan de las habitación, el choque de piel contra piel sería capaz de derrumbar ciudades.

Me excita, por supuesto que lo hace, siempre lo ha hecho. No me resulta nuevo abrir la cremallera de mi pantalón y acariciar mi masculinidad en tanto observo. El placer de ellos es el mío. Cuando las embestidas aumentan, los movimientos de mi mano también.

Es algo que he hecho un centenar de veces, sin embargo...., cuando estoy a punto de alcanzar el orgasmo, el cuerpo contraído de una rubia de ojos verdes viene a mi mente. Sus jadeos hacen eco en mis sentidos y ni el rastro de alcohol borra las huellas de sus besos, no solo aquellos que compartimos en la cama, sino los que probé en la piscina de mi jardín, bajo el agua...

El derrame es instantáneo y... abrumador.

¡Maldita la hora en que le quité la máscara!

Estoy seguro de que si no lo hubiera hecho, nada de esto habría sucedido.

Salgo del lugar como si me hubieran puesto un cohete en el trasero. Me meto en la zona libre de la barra y entonces, vuelvo a verla, pero no sola, ni enojada, ni perdida como la noche anterior, sino muy complacida y bien acompañada.

Sin saber con exactitud el motivo, monto en cólera y mis pies se mueven por inercia hasta su posición.

El sujeto —a quien de cerca reconozco como Zafiro— le toca el muslo, ella no lo aparta y yo... olvido respirar.

—Buenas noches —no controlo mi boca y me hago notar—.

¿Interrumpo algo?



Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now