Capítulo treinta y dos

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29 de diciembre de 2018

Oscuridad. Quiero acercarme a la luz, abrir los ojos; pero mis párpados se niegan a moverse. Los siento tan pesados. Con mucho, mucho trabajo, logro abrirlos. Sin embargo, la luz me golpea repentinamente y tengo que volver a cerrarlos de golpe. Luego de repetir la misma acción varias veces, finalmente enfoco la vista.

Unos ojos dorados aparecen en mi campo de visión. Su gesto se transforma de tristeza a la alegría en cuestión de segundos.

— Hey. Hola, amor —su hermosa sonrisa logra despertarme por completo.

— ¿Daniel? —me siento un poco confundida. Reconozco el lugar: es una habitación de hospital. Tengo un pequeño tubo en la nariz, mi cabeza duele horrores.

<< ¿Qué demonios estoy haciendo aquí? >>

Intento moverme, pero un fuerte tirón en la nuca me devuelve a mi posición inicial. Un gemido de dolor se escapa de mis labios.

— Tranquila, tranquila —mi novio viene hacia mí y acomoda mis almohadones—. Tómatelo con calma —besa mi mejilla y vuelve a sentarse en la silla, a mi lado—. ¿Cómo te sientes?

— Mi… mi cabeza —vuelvo a gemir—. ¿Por qué estamos en el hospital, Daniel?

— ¿No recuerdas lo que sucedió? —su pregunta me confunde aún más—. Hubo un incendio en tu casa.

— ¿Incendio? —él asiente en respuesta.

Mi cerebro comienza a divagar en busca de recuerdos: << Náuseas. El ascensor. Priscila. Hospital. Luego me fui a casa… >>

<< ¡Susan! >>   

<< No será para mí, pero para ti tampoco >>, su voz se mete en mi cabeza.

El golpe.

<< Calor. Mi cuerpo arde >>

— Amy, cálmate, por favor —la voz de Daniel; me trae de vuelta al presente. Mi cuerpo tiembla con intensidad. Me cuesta respirar, creo que estoy hiperventilando—. Tienes que calmarte, amor.

— Su… —un episodio de tos me impide pronunciar palabra—. Su…
No dejo de toser.

— Chist —Daniel me envuelve entre sus brazos y acaricia mi espalda con suavidad—. Chist. Respira conmigo, nena.

Intento concentrarme en el sonido de su voz. Poco a poco voy recuperando el ritmo normal de mi respiración.

— El bebé, ¿está bien? —pregunto en un susurro.

— Ambos están bien —su respuesta me tranquiliza momentáneamente—. Ya pasó, amor.

Sin poder evitarlo, lloro. Estuve a punto de perderlo todo.

<< ¡Por culpa de una loca! >>

La doctora Reed se marcha, después de examinarme exhaustivamente. Me pareció escuchar sus preguntas por horas. Mi novio, por otro lado, se dedicó a llamar a toda la familia para informarles sobre mi estado.

— ¿Cómo te sientes? —pregunta, una vez nos hemos quedado solos.

— Agotada —me sincero.

— Pues recuéstate y descansa. Yo velaré tu sueño.

— Quiero irme de aquí, Daniel —no me gustan los hospitales y últimamente, los visito más de la cuenta.

— Ya escuchaste a la doctora —resoplo—. Estarás aquí al menos dos días más.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now