Capítulo ocho

31.8K 1.7K 89
                                    


— Señorita Roldan —su voz sigue igual de varonil, igual de seductora—. ¿Necesita que la lleve a algún sitio? Puede tomar el ascensor privado si desea.

Por unos segundos me quedo en silencio.

<< ¿Tomar el ascensor? >>

<< Después de una semana, ¿eso es todo lo que tiene para decirme? >>

<< Baja de la nube, Roldan. El hombre ha dejado muy claro lo que piensa de ti >>, me reprende mi fuero interno.

Tiene razón. Solo soy su empleada, nada más.

— Gracias, señor Gold —encuentro mi voz—. Pero tomaré el de empleados, comunes y corrientes… como yo.

— Si me permite unas palabras…

— No —le corto de sopetón—. Lo lamento, señor Gold, pero tengo mucho trabajo y no puedo distraerme.

Le escucho maldecir por lo bajo, antes de tomar mi brazo con fuerza y arrastrame hasta el lugar que fue testigo de nuestro placer infinidad de veces.

— ¿Qué está haciendo? —pregunto—. ¿Qué pretende? Para ser alguien preocupado por la opinión pública, no está siendo muy cauteloso, señor.

— Por favor —bufa—. Deja los formalismos a un lado.

— Es mi jefe —objeto—. Debo tratarle con respeto; aunque no lo merezca —agrego.

— Estás agotando mi paciencia, Amanda —sisea exasperado.

— Pues me alegro de que aún tenga —intervengo—. La mía ya se ha agotado...

<< Esperando por ti, toda la semana >>, añade mi subconsciente.

— Amy… tenemos que hablar —insiste.

— Discrepo, señor. Usted y yo no tenemos nada más que hablar. Creo que todo quedó dicho el pasado viernes.

— Aman..

— Por tanto —vuelvo a interrumpirle. Si le permito hablar, sé que cederé ante él. Prometí no caer ante embaucadores nunca más—, a menos que sea de trabajo, déjeme salir, señor Gold.

Nos observamos fijamente por lo que parecen horas, retándonos el uno al otro con la mirada.

— ¿Es así como quieres que termine todo entre nosotros? —inquiere.

Una carcajada histérica escapa de mis labios—. ¿Nosotros? ¿Es una broma? —exclamo incrédula—. No existe un nosotros. ¡Nunca existió! Fue solo sexo; lo dejó muy claro desde el principio. Y hasta de eso se arrepiente.

— Aman…

— Ahora, si me permite, señor… En esta empresa algunos debemos trabajar.

— ¿A qué piso, señorita Roldan? —gruñe por lo bajo.

— Contabilidad; piso doce, señor.

No decimos nada más en el transcurso del ascensor. Entre nosotros las letras se han agotado. Las pocas que quedan no alcanzan para formular siquiera una palabra.

Las puertas se abren. Ni siquiera escuché el sonido de llegada.

— Hasta nunca, señor Gold —me despido.

Le doy una última mirada y me marcho.

<< Se ha acabado, Amy. Hazte a la idea >>

Inhalo y exhalo profundamente varias veces, antes de seguir mi camino.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now