Capítulo veintitrés

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— Con apenas veintidós años y recién graduada —comienzo la historia—, era una chica ingenua e idealista; enamorada de la vida. Pude entrar a trabajar a la compañía de la que deseaba formar parte. Una corporación encargada de ventas y exportación de libros —no le doy demasiadas pistas. No quiero que el nombre de los Simmons salga a la luz—. Era el trabajo de mis sueños; trabajaba codo a codo con el presidente. Además, tenían excelentes asociaciones benéficas y realizaban campañas en defensa de los derechos y la supervivencia de los latinoamericanos. Estaba pletórica —sonrío nostálgica al recordar aquellos años—. Todo marchaba mejor de lo previsto, hasta que sufrí el síndrome de la secretaria.

Él me mira confuso—. ¿Cuál es ese?

— Me enamoré de mi jefe —confieso—. Poco a poco, me dejé conquistar por sus detalles, sus palabras bonitas y su dulzura. ¡Era el hombre perfecto! Había encontrado mi príncipe azul —no puedo ocultar la amargura en mis palabras—. Nos amamos con intensidad. Fue el primero en todos los sentidos. Llegué a dibujar castillos rosas y corazones en mi cabeza.

>> Me sentía en las nubes —me detengo antes de pronunciar mis siguientes palabras—: tal vez, por eso el golpe resultó ser tan fuerte al caerme.

Lo siento tensarse ante mis palabras. Su brazos alrededor de los mío están demasiado tensos.

— ¿Qué sucedió? —pregunta en voz baja, calmado. Me sorprende lo bien que puede controlar su actitud.

Inhalo y exhalo con todas mis fuerzas para poder continuar—. Era casado —explico—. Lo supe el día que su esposa decidió darle una sorpresa en la oficina. La mujer no tenía ni idea sobre las andanzas de su marido. Quise advertirle, pero él me lo impidió. Me destruyó —no puedo evitar temblar ante mi confesión—. Me llevó hasta el cielo y luego me lanzó a la tierra sin paracaídas —aprieta el agarre sobre mis manos en señal de apoyo, un gesto que logra reconfortarme.

No puedo evitar comparar a Daniel con Tom; ambos marcan mi vida: son mi pasado y mi presente. Sin embargo, cada día que pasa noto más la diferencia entre ellos. Ahora soy consciente de que Daniel jamás haría algo así.

>> Ese fue el principio del fin. De pronto, me vi desempleada y con el corazón destrozado. Todos mis sueños fueron lanzados a la basura. No obstante, contaba con el apoyo de mi familia y mi hermana; mi roca. Un nuevo atisbo de esperanza surgió en mí: estaba embarazada. Cuando fui a contarle al padre del bebé, lo negó, le llamó bastardo y a mí ramera caza fortunas —siento su cuerpo contraerse. Está furioso, lo sé—. Me echó a patadas de su empresa, no sin antes lanzarme cientos de amenazas si le contaba a alguien más. No pudo decepcionarme más. No pude arrepentirme más de haberle entregado mi cuerpo, mi alma, mis esperanzas.

>> A pesar de tantas desilusiones, logré salir adelante. Mi hijo fue mi principal motivo. Mi familia jugó un papel importante: me apoyaron en todo momento. Siempre fuimos muy unidos, a pesar de las diferencias de carácter y opiniones —Retengo la respiración antes de continuar—. Comenzaba el cuarto mes cuando se convocó la protesta —no puedo evitar soltar sus manos para llevármelas al vientre—. Violeta insistió en que no fuera, pero no podía abandonarla: habíamos comenzado aquel movimiento juntas. No podía perderme aquel evento.

>> Habían asistido todo tipo de personas: intelectuales, obreros, agricultores, jóvenes estudiantes… Todos con un mismo fin: una forma de gobierno diferente, una mejor vida. Jamás imaginamos en lo que aquello se convertiría —a estas alturas, las lágrimas corren por mis mejillas sin poder detenerlas. Daniel me estrecha entre sus brazos, como quisiera borrar todo rastro de dolor—. Fue un baño de sangre —jadeo—. De un segundo a otro, comencé a ver todo en rojo.

Mi cuerpo se sacude con violencia mientras lloro con todas mis fuerzas.

— Lo siento, amor. Lo siento —repite una y otra vez acunándome entre sus brazos—. Ya pasó. Estoy aquí.
Sus dulces palabras, junto a sus caricias, logran consolarme.

Seduciendo a mi JefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora