6. UNA MALA IDEA

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Rebecca River

Pierdo la cuenta de las veces que inhalo y exhalo, preparándome para entrar a la cueva del lobo.

Por supuesto, el soltero más codiciado de New York tiene que tener una casa en una residencia exclusiva. Por algún motivo que desconozco, yo daba por hecho que tenía un departamento en algún rascacielos de Manhattan. Aunque tal vez es mi imaginación creando una escena erótica de nosotros basándonos a cinco mil metros de altura.

«Vuelve a tus sentidos, Becca»

Tomo una profunda respiración por última vez antes de tocar el timbre. Cinco minutos después, tengo al profesor Gold frente a mí.

«¿Obsesión acabada?», mi subconsciente se burla de las palabras de mi mejor amiga. «Ni por asomo».

—Hola —me saluda con su característica naturalidad, haciendo que las piernas me tiemblen—, adelante.

—Buenas... buenas tardes —me obligo a responder mientras avanzo por un pasillo hasta un jardín trasero techado con piscina exterior.

Mi familia tiene una buena posición social, pero ni de cerca se puede comparar con la fortuna e influencia de los Gold. Si le cuento esto a mi hermano, apuesto a que se deshace de su lujoso departamento —dejándonos a Hayley y a mí en la calle— para mudarse a la residencia.

—Disculpa por hacerte venir, pero he tenido una emergencia... —unos aullidos se escuchan de fondo, deteniendo su explicación. Segundos más tarde, un perro se aproxima hacia nosotros a paso lento, casi que arrastrándose—. ¿Pero tú qué haces fuera de la cama? —le reprende su dueño antes de tomarlo en brazos—. Eres una testaruda, jovencita. Lo siento — repara en mi presencia por unos breves instantes antes de volver a la bola de pelos—, volveré en unos minutos. ¿Puedo ofrecerte algo de beber?

—Yo... —la imagen tan relajada que proyecta con su mascota causa estragos en mi estómago. Me he quedado grogui... otra vez—. Agua está bien.

—De acuerdo, ponte cómoda. Señala la mesa antes de marcharse.

—¡Dios! —exclamo al mismo tiempo que me derrumbo en una de las cómodas sillas.

No sé lo que tiene ese hombre que me enloquece tanto. Esto va más allá de lo físico, porque de lo contrario, con mi ardiente noche junto al Dios del Sexo enmascarado ya lo hubiera olvidado.

«O tal vez no tuviste suficiente de un Gold para deshacerte del otro», replica una vocecita en mi cabeza. «Deberías repetir con Oro»

Despotrico como un caballo golpeando mi frente contra la madera. Si sigo así me voy a volver loca.

«Cálmate ya, Rebecca», me ordeno. «Has venido a estudiar, que bastante mal llevas la materia».

Si me empeño lo suficiente, creo que puedo dejar de imaginármelo desnudo para centrarme en sus lecciones.

—Perdona la demora —el profesor regresa con mi vaso de agua y finjo mi mejor sonrisa—. Ayer tuvieron que operar a Lala —imagino que habla de la perrita— de urgencia y necesita veinticuatro horas de vigilancia. Por eso la cité aquí.

—No se preocupe...

—Me alegro que haya podido venir, señorita River —repone con una amplia, aunque un poco extraña, sonrisa—. Vamos a convertirla nuevamente en la mejor de la clase. ¿Le parece si empezamos por la generalidades para luego caer en el Periodismo Social?

Me limito a asentir y beber agua.

Trato de concentrarme, ¡juro que lo intento!, pero... los dibujos que forman sus labios al hablar me distraen en exceso.

Veo que se envara y me observa con fijeza, como esperando alguna reacción de mi parte. Entonces, me doy cuenta de que me ha hecho una pregunta.

—¿Qué? —me obligo a murmurar.

—¿Siquiera me está escuchando? —creo que por primera vez desde que lo conozco lo noto de mal humor—. Vamos a ser francos el uno con el otro, señorita River. No le va bien en mi asignatura porque no me presta atención y he notado que se distrae con facilidad en el salón de clases...

—No es eso —me defiendo—. Sí le presto atención...

«Demasiada», añado mentalmente.

—Yo no lo veo de la misma manera y me frustra —confiesa—. Me frustra que una estudiante tan talentosa y disciplinada no me escuche. Tengo entendido que quiere especializarse en Periodismo Social...

—Así es —confirmo con la saliva espesa en mi boca.

—¿Entonces puede explicarme qué está sucediendo aquí? ¿Qué estoy haciendo mal? —cuestiona—. Dígamelo sin miedo para poder corregirlo.

«Ahora mismo, invadir mi espacio personal»

—Nada —fijo la vista en mis apuntes. Venir fue una mala idea. Aceptar su ayuda fue una mala idea desde el inicio y temo que si ahonda demasiado en mi actitud, descubrirá lo que escondo.

—Míreme a los ojos, señorita River —sus dedos se posan en mi barbilla para alzarla y... la sensación de mi piel siendo penetrada por miles de agujas me invade—. Su actitud me está haciendo replantearme en serio mi profesión. ¿Por qué no presta atención a mis clases, si tanto interés tiene en la materia? ¿Tan mal profesor soy?

Su declaración me deja muda.

¿Qué le digo?

Es evidente que tengo un problema con él. Por más que lo intento, no puedo escucharlo. Tal vez ese es el problema: pongo tanto empeño en ignorar lo que me hace sentir que no tengo cerebro para pensar en nada más.

Abro la boca para decir algo, ¡lo que sea! No quiero hacerle sentir frustrado, mucho menos que dude de su capacidad por mi estúpida fijación. Sin embargo, la cercanía entre nuestra bocas me deja petrificada.

Se está aproximando... con demasiada rapidez...

¡Oh, Dios mío! ¡¿Va a besarme?!

Y yo me quedo ahí, inherte, esperando a que lo haga, a pesar del terrible error que supone.



Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now