4. ¿QUIÉN ES ESE HOMBRE?

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Rebecca River

Contemplo mi imagen en el espejo y me cuesta creer lo que veo. Tengo marcas rosas en la piel desde el cuello y hombros hasta los muslos, como firme recordatorio de mi turbulenta noche.

Paseo la yema de los dedos por cada una, rememorando el contacto de su boca en ese lugar. Aunque ninguna sensación se compara con los besos... Esos besos fueron fuego puro y tangible.

¡Dios! ¡Lo hice!

Me acosté con un desconocido, le dejé hacer lo que le diera la gana sin poner pegas y... me gustó. ¡Hasta los azotes!

El móvil parpadea y lo veo vibrar por enésima vez sobre el tocador, pero ni siquiera hago el intento de tomarlo.

¡Qué se joda buscándome en el club! A ver si el sustito le da un poco de fundamento, o como mínimo, algún cargo de conciencia.

El sujeto no mentía cuando dijo que era un rollo sin compromisos. Cuando desperté ya no estaba y en el pasillo fuera de la habitación me esperaba un chofer a mi disposición para llevarme a casa.

No estoy segura de cómo funcionan las cosas en el club después de... intimar, por decirlo de alguna manera. Debo preguntarle a Hayley... cuando se me alivie el cabreo.

Por lo pronto, me tomaré una buena taza de sopa instantánea y me iré a dormir hasta el medio día que tengo prácticas. Me duele un poco la cabeza, imagino que por culpa del señor Tequila.

Sin embargo, mis intenciones se ven frustradas con la llegada de mi compañera de piso descarriada.

—¡Te voy a matar! —me señala con su dedo índice, mostrando una cara de asesina en serie.

—Supongo que tendremos que ver quién llega a la otra primero —replico con mi santa paciencia, enfocando mi atención en el caldo para no caer en su juego. No tengo las fuerzas, ni las ganas para lidiar con ella.

—¿Perdona? —arquea las cejas insultada—. ¡Llevo toda la maldita noche buscándote! Si no es por Stone me da un infarto.

—El amanecer dirás —la corrijo—. La noche la pasaste con dos latinas despampanantes mientras a mí me dejaste en el olvido, abandonada a mi suerte.

—Eso no es cierto —salta a la defensiva—. Te dejé con Zafiro, un buen amigo que al parecer te gustaba.

—Que le haya aceptado un baile no significaba que me gustara.

—Teniendo en cuenta que rechazaste a unos cuantos antes de él y que Stone —vuelve a mentar al portero— me contó haberte visto marcharte en un auto en la mañana, permíteme dudarlo.

—¡No me gustaba! —protesto—. ¡Y el coche no era suyo!

—¿Ah, no? —frunce el entrecejo, pasando de la furia a la curiosidad en cuestión de segundos. Luego, repara en mi aspecto de pies a cabeza y suelta un estridente chillido—. ¡Santa Madre de los desamparados! ¡¿Eso es un chupetón?! —me señala el nacimiento del cuello—. ¡Y moretones! ¡Tienes más de uno!

—Y si me ayudas a cubrirlo para ir a las prácticas, te daré la oportunidad de pedirme perdón —añado, sabiendo que ella conoce más trucos de maquillaje que yo—. Aunque, ni creas que te la pondré fácil, Hayley Scott. Te has pasado esta vez. Y por si no te ha quedado claro —añado al mismo tiempo que me dirijo hacia mi habitación, con intenciones de escaquearme de su escrutinio. Conociéndola como la conozco, no tardará en bombardearme con preguntas—, te toca lavar nuestra ropa durante todo el mes.

—¿También debería secuestrar al profesor Gold? —inquiere con voz maliciosa. La facilidad que tiene para cambiar de un estado emocional a otro es sorprendente.

—Por el momento... —las embestidas salvajes volviéndome loca como si hubiera consumido todo un paquete de anfetaminas llega a mi mente y, de repente, tengo sed. Por ello trago saliva— no.

—¿Con quién te has acostado, Rebecca River? —mi amiga encuentra la forma de colarse en mi cuarto.

—Aquí está lo chistoso del cuento —sonrío para mi misma antes de tirarme sobre la cama. Estoy muerta—, su apodo es el apellido de mi crush prohibido.

Por un instante, llegué a creer que era él. Casi me caigo de culo cuando me dijo su "nombre".

—¡¿Estás jodiéndome?! —exclama con los ojos abiertos como platos. Si estuviera bebiendo, me escupiría en la cara como yo anoche al escuchar el nombre del desconocido—. Tienes que estar jodiéndome. ¡¿Te has acostado con el jodido Oro?!

—¿Por qué esa expresión? —ella se queda de piedra, como si en estos momentos estuviera contemplando una aparición del más allá, o tal vez una invasión de extraterrestres, no estoy segura. Y cabe destacar que Hayley nunca se pone así—. ¿Quién es ese hombre, Hales?

—Oh, amiga, no tienes ni idea de con quién te has metido —murmura con condescendencia—. Siéntate, el cuento es largo. 

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now