Capítulo treinta y ocho

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16 de marzo de 2019


—¡¿Daniel?! —un profundo chillido interrumpe mi hermoso sueño—. ¡¿Qué demonios haces aquí?!

— Podría preguntarte lo mismo, mamá —responde el aludido.

La madre de mi futuro esposo ha invadido la habitación; trayendo consigo a la mía y a mi cuñada. No entiendo como esta última puede sonreír, yo me siento fatal. Solo quiero volver a dormir.

— Es el día de tu boda, ¿recuerdas? —declara Priscila con una ceja enarcada.

— Imposible olvidarlo —replica.

— ¿Cómo lograste entrar? —Inquiere mi suegra molesta.

— No pienso revelar mi secreto. Buenos días, amor —deposita un suave beso en mis labios sin importarle la presencia de los demás—. ¿Cómo amaneciste?

— Primero encuentro a Erick River en la habitación de mi hija pequeña —Priscila me impide responder—. ¡Y ahora esto! ¡Es el colmo! ¡Ustedes me hacen dudar del personal de seguridad! ¡Quieren matarme de un infarto!

— Tranquila, mamá. Acuérdate de que tu hijo se casa hoy —incluso yo me doy cuenta de su tono burlón.

— ¡Daniel Gold Rocketford, levántate de ahí ahora mismo!

— Oh, Dios —salgo corriendo, dejándoles en su pequeña riña.

Expulso todo el contenido de mi estómago mientras mi cuerpo no deja de convulsionar ante las arcadas. Esto es horrible.

Minutos después, siento unos brazos sostenerme.

Sin fuerzas me recuesto en su pecho. Él me da agua para quitarme el mal sabor de la boca y posteriormente, me lleva de vuelta a la cama.

— ¿Todo bien, amor? —indaga, colocándose frente a mí con las piernas flexionadas.

Niego con la cabeza—. Me siento fatal —admito—. Esto es peor que una resaca.

— Es lo que sucede cuando ingieres demasiado azúcar —me reprende, apartando unos mechones de cabello rebelde sobre mi frente; aunque su tono es bastante delicado.

— No menciones es palabra, por favor —pido al sentir otra arcada—. ¿Por qué me sucede esto? ¡Ya había acabado con las náuseas matutinas!

— Puedes darte por afortunada, cielo —alega mi mamá—. Yo vomité hasta el día en que te di a luz.

Resoplo frustrada. No es el amanecer que esperaba.

— Nada que un buen baño no solucione —intercede Riley. Creo que habla por experiencia propia.

— Túúúúú —le señalo con mi dedo índice, furiosa—. Tú planeaste la fiesta. Creaste esos ridículos juegos. ¡Todo esto es tu culpa!

— ¡No podías beber! —protesta.

— Y en su lugar, decidiste embriagarnos de dulces —desato mi furia—. Eres un peligro, Riley Gold.

La observo hacer una mueca de desagrado. Ella también tiene resaca.

<< Bien. Eso me consuela un poco >>

Vuelvo a sentarme en la cama.

— ¿Ya te sientes mejor? —Pregunta mi prometido. Yo asiento en respuesta—. Entonces, debo irme antes de que nuestras madres me saquen a patadas —me da un dulce beso—. Te veré en el altar. Ahora sí va en serio.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now