Capítulo veintinueve

23.1K 1.3K 78
                                    

— ¿Daniel? —me quedo de piedra al verle.

«¿Qué hace aquí?»

Me dispongo a preguntarle, pero él apenas me da tiempo de abrir la boca.

— Por supuesto que te creería —declara de buenas a primeras—. Como debí creerte en un principio.

— Qu…

— Te amo —vuelve a cortarme mientras yo continúo clavada en mi sitio—. Lamento haber tardado tanto en deshacerme de mi terquedad. Lamento haber dudado de ti, de nosotros.

Si darme cuenta las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, acompañadas por una pequeña oleada de ira, desespero, frustración... Todo se me mezcla y me hago un lío
— Eres un idiota —sollozo al mismo tiempo que lo golpeo—¡Idiota! ¡Patán arrogante!

— Tu patán arrogante.

— Mío —proclamo y esa simple palabra hace desparecer todo el enojo.

— Tuyo —reitera antes de atacar mis labios.

La ropa desaparece con una rapidez impresionante y cuando despierto de mi letargo, me veo acostada sobre mi cama con él encima de mí, acariciando el lugar donde crece el pequeño milagro que hemos creado.

— Mi hijo.

Unas inmensas ganas de llorar Mme recorre el cuerpo al escucharle. Llevo mucho tiempo soñando con este momento, ya lo creía imposible y ahora... aquí está.

— Nuestro —recalco.

— Nuestro —reitera él para volver a besarme.

Luego sus dedos se vuelven traviesos y comienzan a jugar con cada parte sensible de mí cuerpo a su antojo. Mi estómago se tensa, muriendo de ganas por estallar; las sensaciones se multiplican por mil y siento como si estuviera a punto de morir si no me libero.

Entonces con un ronco y erótico susurro, me ordena correrme.

El placer aun no me abandona cuando lo tengo dentro de mí y con el baile sensual de sus caderas, me lanzo al precipicio sin paracaídas porque sé que él me sostendrá.

No tengo idea de cuánto tiempo transcurre, pero siento que estoy a punto de quedarme dormida cuando una pregunta viene a mí cabeza.

— ¿Daniel? —murmuro con la voz pastosa. Estoy más muerta que viva.

— Mmm —hace un extraño ruidito en tanto olisquea mi cuello.

— ¿Cómo supiste lo de Simmons?

— ¿Debemos hablar sobre ello ahora? —salta de la cama de forma automática para mirarme con en ceño fruncido.

— La pregunta no deja de rondar en mi cabeza —explico suplicante. Necesito cerrar este capítulo de una vez por todas.

— Sims me lo confesó —responde en medio de resoplidos—. De hecho, me lo echó en cara.

— Lo siento —me enfrento a sus ojos dorados que ahora brillan con una fiereza que da miedo. Es más que evidente que la plática con Tom no fue agradable—. Debí contarte. Yo…

— Chist —me silencia con un dedo sobre mis labios—. Ya está, amor. Dejemos el pasado atrás.

— Y los secretos —añado. No cometeré el mismo error otra vez—. No te oculto nada más, Daniel. Lo prometo.

— Te creo, amor. Te creo —deja un beso en mí frente, instalando una sensación de calidez en todo mí cuerpo—. Ahora seremos solo nosotros y nuestro bebé.

Traslada sus manos hacia mi vientre todavía plano para acariciarlo con suavidad. Si estoy soñando, soy capaz de matar a quien me despierte.

— Tú, yo y nuestro beat —es lo último que sale de mi boca antes de quedarme dormida entre los brazos de mi hombre, mi amor.

25 de diciembre de 2018

Como cada mañana, los retorcijones en el estómago me despiertan y corro a toda prisa para para expulsar lo poco que comí ayer.

— ¿Amy? —escucho su voz de fondo antes de sentirlo sostenerme en tanto alza mi cabello.

Una vez no me queda nada por vomitar, él me carga en brazos como si estuviera hecha de cristal y me lleva a la cama.

— ¿Estás bien? —pregunta con cara de preocupación.

Asiento con una media sonrisa—. Tranquilo. Náuseas matutinas —aclaro—. Se supone que desaparecen en el segundo trimestre, pero conmigo ha sido todo lo contrario. Te acostumbrarás.

— No lo creo —rebate al mismo tiempo que arquea sus cejas—. ¿Desayunamos?

— Por favor, no mientes comida ahora —me llevo las manos a la boca al sentir una nueva oleada de náuseas—. No puedo comer nada hasta pasada las diez o lo devuelvo.

— Debes comer, Amanda —ya había demorado en reprenderme—. Has perdido peso.

— Lo sé. Comeré; lo prometo.

— Puedes dar por hecho que me encargaré de ello personalmente —advierte observando su reloj—. ¡Mierda! Debo irme. Tengo una reunión a las nueve.

— Faltan diez minutos —señalo con tono burlón. Creo que por primera vez, Daniel Gold llegará tarde a una cita—. Más te vale correr.

— Mandaré un auto para llevarte a la empresa —anuncia en la puerta.

— No lo…

— No quiero que subas a un autobús, Amanda —acalla mis protestas con la expresión impertérrita. De entrada sé que tengo la batalla perdida antes de comenzar y eso me fastidia—. No es seguro.

— Puedo pedir un taxi —insisto en una indignada pose.

— Dame ese gusto, por favor.

¿Qué voy a hacer con este hombre? Con un simple beso ya desbarata todas mis defensas.

— De acuerdo... por ahora —añada en una clara advertencia—. Ya lo discutiremos más tarde.

— Oh, puedes darlo por hecho —comenta divertido—. Te adoro, mi pequeña provocadora.

— Y yo a ti, mi patán arrogante.

Le doy un último beso y le dejo marchar. Sin embargo, giro sobre mis pues al escuchar su llamado—. Amy, feliz Navidad.

Suspiro idiotizada con la imagen que me ofrece—. Feliz Navidad, Daniel.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now