Parte 52 (I)

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—¿El qué entiendes? —pregunté intrigada.

El Imbécil no me contestó. Seguía boquiabierto y examinándome con mirada nerviosa. ¿Por qué iba él a entender nada si, entre otras cosas, era imbécil?

Le observé yo a él. Se había cortado el pelo muy corto mejorando el estropicio que llevaba, pero eso no arreglaba su nariz rota ni los tatuajes de su frente. La palabra "basura" se marcaba claramente, pero "inútil" había empezado a desaparecer ¿se habría maquillado? Eché un vistazo a su cuello. No llevaba camiseta ni esas vendas que solía ponerse, así que el tatuaje que siempre llevaba tapado en clase estaba al descubierto y eso me llamó la atención. El dibujo se extendía más allá del cuello, le ocupaba todo el hombro y bajaba hasta la mitad del brazo. Era muy distinto a los demás. El resto de tatuajes eran pequeños, absurdos y probablemente dibujados por un niño de tres años borracho. Este era impresionante, plagado de detalles, muy realista, con mucho movimiento y enorme. Me hipnotizó lo bien definidas que estaban las magníficas alas negras, parecía que aquel ave enorme y amenazante le protegía. Delante del pájaro flotaba una banda que rezaba "Nunca más".

¿Se habría tatuado ese cuervo para engatusar a una bibliotecaria fan de Poe? ¿Por qué iba si no...?

Él seguía sin contestar y yo sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Se había grabado en la piel un cuervo, el animal de mi apellido. Héctor se había tatuado una gorgona y debía protegerle... ¿y si debía proteger también al Imbécil? Me abrumaba la simple idea de que fuera eso, era demasiado trabajo. Héctor a veces era antipático, pero era un buen chico y no se metía en líos. Lo del águila era una putada, pero pasaba de vez en cuando. En cambio, Ray Marquina era un camorrista y un imprudente. Se metía en peleas, participaba en combates de boxeo, robaba, le detenían, trapicheaba y hacía el tonto con la moto. No iba a aprobar bachillerato si tenía que estar todo el día protegiendo al señor problemas.

Ray se tapó el tatuaje con una mano. Se acababa de dar cuenta de que llevaba un rato mirándolo fijamente.

—No es por ti —gruñó. —¿Por qué tienes esas serpientes en la cabeza? —insistió volviendo al tema.

—Antes has dicho que entendías algo.

Torció el gesto y negó con la cabeza.

—No, no entiendo una mierda. Vas a tener que explicármelo porque para mí esto no tiene puto sentido.

Quise irme de allí y perderle de vista a él y a sus abdominales de chulo de barrio, pero su reacción me intrigaba demasiado.

—¿Qué cojones está pasando? —Se acercó a mí con precaución. —¿Por qué tienes serpientes en la cabeza y por qué sueño con ellas? ¿Por qué sueño contigo?

Eso me revolvió el estómago.

—¿Conmigo? Ugh, no quiero saberlo —dije arrugando el gesto.

Ignoró mi comentario, estaba concentrado en otra cosa.

—Sueño con una cabeza de la que salen serpientes. Hay oscuridad y lava y fuego y alas negras... llevo años soñando con esa mierda. Pensé que lo había visto en una película, pero... —Abrió los ojos de golpe, como si hubiera recordado algo—. Espera, espera, espera. Tu abuelo.

—¿Qué pasa con mi abuelo?

Avanzó hacia mí con decisión.

—Tú abuelo me habló de esa mierda. Él me dijo algo de unas serpientes y unos dioses y... ¿Qué mierdas está pasando?

Allí estaba mi archienemigo, la peor persona que conocía, de brazos cruzados y con su mirada amenazante sobre mí, preguntándome por el mayor secreto que escondía. No pensaba contarle nada. Apreté los labios y entrecerré los ojos devolviéndole la amenaza, solo que en mi caso perdía algo de fuerza al ser menos alta que él.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora