Parte 24

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—No sé a qué juegas, Cuervo, pero más te vale parar ya —me advirtió Héctor.

Volvió a acercarse, yo retrocedí y al quedarme sin espacio tuve que sentarme en su cama.

—No pueden saber nada de lo de Mario y Álvaro —me advirtió muy serio—. Mis padres van a querer averiguar cosas sobre mí. No les puedes decir nada que les preocupe y...

Siguió hablando, pero no le escuché. Mi cerebro era incapaz de procesar nada. Estábamos muy cerca, encerrados en su cuarto, sobre su cama y yo estaba empapada y medio desnuda.

.

Cuando el ascensor llegó al quinto las puertas no se movieron. Héctor y su madre parecían fastidiados pero tranquilos. Fueron apenas unos segundos lo que tardó el ascensor en abrirse, pero a mí me dio tiempo para lamentar que aquello fuera el final y también pude ver flashes de mi vida pasar por mi mente. Aquel instante había bastado para que yo me echara a temblar. Raquel dio por hecho que era por el frío y me ofreció una ducha caliente. Me pareció buena idea para ganar tiempo. Tenía que hacer lo posible para retrasar la cena y que durara hasta pasadas las once.

Mientras me conducía al baño y me indicaba dónde estaba cada habitación, Raquel fue extremadamente amable conmigo: me dio muchas toallas, alabó lo largo que tenía el pelo, insistió en que avisara en casa de que no iría a cenar y me preguntó si me gustaban las verduras y la sopa de pescado.

—Te enseñaría la casa, pero los chicos tienen sus cuartos hechos una leonera —lo dijo bastante alto para que Héctor la oyera—. Es lo malo de tener solo chicos ¿Tú cómo tienes tu cuarto? Seguro que lo tienes impecable ¿Verdad?

—Sí. —contesté sin parpadear.

Me dejó algo de ropa fuera del baño para cuando terminara de ducharme. Menos mal porque tras una hora bajo la lluvia solo tenía seca la ropa interior.

Después de una ducha bastante reconfortarte me envolví en la toalla, recogí la ropa y en lugar de vestirme en el baño fui hasta la habitación de Héctor. No había nadie, así que me metí dentro para ver qué podía averiguar sobre mi protegido. Existía la posibilidad de que a las once no descubriese toda la verdad, así que necesitaba conseguir toda la información posible.

La habitación estaba tan ordenada que dudé que allí viviera un adolescente. Sí, la colcha estaba descolocada, la mochila en el suelo y algunos cables y libros desperdigados por la mesa, pero comparado con mi cuarto aquello era en un templo zen.

Cerré la puerta detrás de mí, dejé la ropa en la cama, eché un vistazo a mi alrededor y sonreí emocionada. Aquello era el paraíso para la Detective Cuervo. Había un océano de pistas sobre Héctor a mi alcance. Mi tía iba a estar muy orgullosa de mí: "Alexia, solo tenías que pegarte a su culo... pero mira, además me has traído millones de pistas. Estaba equivocada contigo, eres un genio".

Mi ilusión ya estaba por las nubes cuando mis ojos se posaron sobre el portátil que había en la mesa. Me imaginé a mí misma como una hacker, metiendo un pendrive, tecleando unos códigos y sacando todos los archivos secretos. Lástima que no supiera hacerlo, pero daba igual, el portátil no era importante porque justo al lado se había dejado SU TELÉFONO.

Lo cogí de inmediato, y mientras trataba de desbloquearlo se me cayó la toalla. Volví a intentar entrar en su móvil, pero oí pasos acercándose a la habitación y entré en pánico. Elegí apresuradamente una sudadera negra gigante que había entre la ropa que me habían dejado y me la puse, justo cuando Héctor entraba en su habitación y su teléfono se caía al suelo.

—¿Qué estás haciendo con mi móvil? —lo recogió hecho una furia.

—Ahm... cargarlo. Lo iba a cargar.

Cuervo (fantasía urbana)Where stories live. Discover now