Parte 36

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Les vi nada más entrar en el parque, estaban a pocos metros de mí como si se tratara de una broma de mal gusto. Las manos de Elena atraían a Héctor por la cintura. Él le acariciaba con delicadeza la cara mientras se besaban.

De inmediato busqué al resto de mis compañeros con la esperanza de encontrarles en el suelo, sentados en un círculo alrededor de una botella, jugando a algo que justificara aquel beso. Pero no, nadie estaba jugando a nada. Estaban de pie, al otro lado del parque, en el mismo banco que la semana anterior, mirando hacia donde estaban ellos dos.

Me bloqueé. Les miré más tiempo del socialmente aceptable porque no me lo terminaba de creer. No sabía si reír o llorar.

En ese momento tenía dos opciones: tragar e intentar pasármelo bien o irme a casa a llorar. Para mí la elección estaba más que clara.

—Pero si ya llegó Cuervo —Mario se acercó a mí y me dio dos sonoros besos cuando llegué a donde estaban—. Oye, hemos contado contigo para pillar el alcohol.

Si no hubiera estado en shock habría regañado a mis compañeras por haber vuelto a comprar alcohol con los chicos.

—¿Qué quieres tomar? —me preguntó Jacobo cogiéndome por la cintura y guiándome hacia el banco donde tenían la bebida—. ¿Hola?

Me puso su copa delante, y la agitó tratando de sacarme de mi trance. Yo la cogí y me la bebí de un solo trago, como si fuera agua fresca y estuviéramos en verano. Su bebida estaba cargadísima, otro de los motivos por los que no me gustaba comprar alcohol con chicos.

—Tía, te lo has perdido por un minuto. —Martina señaló a Héctor y Elena—. La sorpresa de la noche.

Yo fingí que les echaba un vistazo rápido y asentí. No quería mirarlos.

—Estas siendo testigo de la historia —Mario me cogió por los hombros y me obligó a girarme hacia ellos—. Dentro de unos años, en el brindis de su boda contaré que yo estaba cuando todo empezó.

Tatiana resopló.

—Qué coñazo, de verdad. Los amigos de la infancia que acaban juntos... —fingió tener una arcada—. Es que son un puto cliché andante.

Me alegré secretamente de tener a Tati de mi lado, pero no tenía razón. Por mucho que me doliera, hacían una pareja perfecta.

Me preparé un roncola para mí y otro para compensar a Jacobo, mientras los demás charlaban animadamente a mi alrededor. Asentía y sonreía según notaba que tocaba hacerlo, pero en realidad no prestaba atención a la conversación. Pasado un rato me senté en el banco, justo en medio del grupo. Allí estaba a la vista de todo el mundo, e irónicamente resultó ser el mejor sitio para esconderme sin que nadie sospechara que no estaba bien.

En mi cabeza todo encajaba de una forma mucho más natural y lógica que los castillos en el aire que había construido sobre un miserable like. Seguro que Héctor había vuelto a Instagram después de mucho tiempo y había dado like a todo el mundo. Me sentí idiota por haberme ilusionado por esa tontería.

Elena era la chica más guapa del instituto. Era dulce, era buena persona. Existiendo ella por qué iba a fijarse Héctor en la chica nueva de pueblo que se cepillaba el pelo cada tres días, le perseguía y le decía cosas raras. Y además ya se habría dado cuenta de que yo no era una buena persona.

Ella y Héctor habían sido mejores amigos durante años, y quizá se empezaban a gustar cuando sucedió lo de Mario. Eso debió separarles durante años. Separación que empeoró cuando Héctor empezó a ser torturado por el águila y se alejó de todo el mundo. Debió de ser muy duro también para Elena.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora