Parte 3

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—¡Cuervo, vas a llegar tarde a la universidad! —gritó mi tía al otro lado de la puerta.

¿Es que aún no se había enterado de que iba al instituto?

Busqué mi móvil en la mesilla, en el suelo y debajo de la cama, hasta que recordé que me lo habían robado. No había más relojes en la habitación, así que me salí de la cama para buscar uno. Al incorporarme, una punzada de dolor me atravesó la cabeza, no había sido una buena noche.

Mi habitación seguía pareciendo una tienda después del primer día de rebajas. Las paredes vacías, la cama deshecha, la mesilla abarrotada, una mesa mal puesta y una silla llena de ropa. Pero sobre todo había cajas y ropa esparcidas por el suelo. Debía llevar un mes en Madrid y aun no me había instalado. Cogí una camiseta limpia, el jersey azul que me había regalado la madre de Pablo y los vaqueros que me había puesto el día anterior.

Me miré en el pequeño espejo que colgaba de la pared, tenía los ojos hinchadisimos, y los labios un poco también. Me había dormido llorando y parecía que me hubiera picado una avispa en cada ojo.

Encima a medianoche sentí otra vez el huevo en la garganta. No me asfixiaba y podía tragar con normalidad, pero no podía dejar de pensar en Héctor. Su imagen volvía una y otra vez a mi mente. Y no para recrearme en el beso, sino que me hacía sentir angustia.

¿Era posible que por culpa de aquel beso me hubiese enamorado? ¿o que hubiese pillado la mononucleosis? No había experimentado ninguna de las dos, así que no sabía cuál producía esa sensación.

—Te he preparado tu comida favorita —me dijo mi tía cuando salí de la habitación.

Eché un vistazo a lo que señalaba. Una ración de lasaña congelada recalentada.

—¿Lasaña?

—Sí, de verduras... o de carne —miró en la basura buscando el envoltorio-. Carne.

—¿La... la has hecho ahora para la cena?

—¿No tienes hambre ahora?

Miré el reloj del horno. "Son las ocho de la mañana, tía, las ocho."

—Un poco —dije después de pensarlo mejor.

Era temprano, pero una lasaña era una lasaña.

—¿Quieres un Cola Cao también?

¿Un vaso de leche con cacao para acompañar una lasaña? ¿de verdad? Ve eso un chef y le da un ictus.

—Vale —la verdad es que me apetecía también.

Me senté en la diminuta mesa de cocina y observé cómo mi tía preparaba el Cola Cao. El pulso le temblaba un poco, parecía medir con especial cuidado cada cucharada. Y rellenó el vaso con leche tres veces, como si no pudiera echarlo de una sola vez.

Mi tía no estaba bien desde hacía bastante tiempo, no había que ser ningún genio para darse cuenta. Nuestra familia no hablaba mucho del tema. Mi abuela me contó una vez que las cosas se torcieron con un novio y se quedó así, pero años más tarde negó haberme dicho eso.

Observé su esponjoso y descuidado pelo fosco que le llegaba hasta la cintura. Era de un apagado color ceniza y estaba salpicado por unas cuantas canas.

Tenía la piel muy fina y pálida, probablemente debido a su fobia a salir de casa. Siempre parecía tener frío y siempre parecía estar a punto de echarse a llorar. Cualquiera hubiera dicho que tenía muchos más años que mi madre, y eso que mi madre era la hermana mayor.

Llevaba puesto uno de sus gruesos jerséis de color gris, parecía muy suave. Le quedaba muy grande, debía ser de hombre.

—¿Qué hiciste ayer? —me preguntó sirviéndome el "desayuno". Ella solo tomó agua en pequeños sorbos.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora