Parte 45

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Esa noche me quedé dormida viendo series, intentando distraerme para no torturarme repasando mi penoso encuentro con Héctor. Logré enterrar aquel recuerdo hasta que por la mañana mi tía volvió a empeñarse en que meditáramos. Entonces fue imposible. Cada vez que ponía la mente en blanco aparecía el rostro de Héctor mirándome como si fuera una desequilibrada mental, diciéndome que estaba cansado de mí, que me alejara de Elena. No pude concentrarme y mucho menos hallar mi calma interior. La sesión fue tal fracaso que mi tía acabó golpeándome con un cojín mientras me chillaba ordenándome que me relajara.

Por la tarde, como cada domingo, nos visitó Apolo. Yo esperaba que trajera noticias sobre mi madre o mi maleficio, pero vino con las manos vacías. Así que me metí en mi cuarto, decepcionada, para estudiar algo mientras él y mi tía se quedaban en el salón. Se pasaron dos horas en el sofá viendo "Friends" sin sonido. Al escuchar a mi tía reírse a carcajadas no pude resistir la tentación de asomarme a ver qué les hacía tanta gracia. Nunca la había oído reír así. Cuando llegué al salón habían parado el capítulo, Apolo se había quitado los auriculares que usaba para escuchar la serie e imitaba la forma de hablar de algunos personajes para que mi tía pudiera entender el chiste. Estaban viendo el episodio en el que Joey, uno de los personajes, intentaba sin éxito aprender francés, se le daba francamente mal y resultaba bastante cómico. Mi tía se retorcía de la risa y a punto estuvo de tirar el bol de palomitas que ambos compartían.

Pero ver cómo a mi tía se le saltaban las lágrimas de la risa no fue lo más extraño de aquella escena, lo que más me chocó fue lo que sucedió después. Ella dejó de reírse y se acurrucó al lado de Apolo, apoyando su cabeza sobre el pecho del dios. Se la veía relajada, bajo una manta de pelo largo, mientras él la rodeaba con un brazo y le acariciaba distraídamente la espalda. Parecían una pareja de enamorados. Estaban tan acaramelados que pensé en tirarles un cubo de agua fría encima, que era algo que hacían las señoras en el pueblo a las parejas que se besaban en la plaza.

Cuando mi tía se dio cuenta de que les miraba se incorporó avergonzada, así que fingí que había ido a por un vaso de zumo, me metí en mi habitación y no salí hasta que Apolo se marchó.

—Entonces no tenía noticias de Atenea, ¿no? —pregunté a mi tía mientras cenábamos.

—No —murmuró concentrada en su plato—. Pero creo que podremos contactar con ella, tengo algunas ideas.

—Oye, si quieres el domingo que viene me puedo ir al cine y dejaros intimidad —ofrecí mientras enfriaba mi sopa.

—¿Intimidad para qué? —salió de su ensimismamiento.

—Bueno, para... no sé, estar más tranquilos —me miraba como si le estuviese hablando en chino—. No sé qué clase de relación tenéis, pero imagino que...

—No tenemos ninguna relación —frunció el ceño—. Pero no le cuentes lo de Tinder, ni lo de Sergio, no creo que sepa gestionarlo.

—Seguro que él también usa Tinder.

—No creo, es un negado. No sabe usar ni WhatsApp —sonrió un par de segundos—. Aún envía SMS.

—Pero alguna relación tenéis que tener.

—Ves demasiadas películas. No tenemos ninguna relación.

—Ya, y Sergio era un perro debajo de tu colcha —me burlé—. No tengo cinco años, sé que pasa algo, he visto lo pegajosos que estabais antes... —me detuve cuando me di cuenta de que mi tía no respiraba y cambié el tono a uno más conciliador—. No es nada malo, era muy tierno.

Su rostro se ensombreció, negó con la cabeza y se encogió, escondiendo las manos en las mangas. Me dio la impresión de que le habría gustado desaparecer dentro de su jersey.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora