Parte 30

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—¿Y qué más te dijo? —preguntó mi tía sin despegar los ojos de la pantalla.

—No lo sé, no le oí —me paseé por el salón de casa para tranquilizarme—. Grité de la impresión, vino un profesor y le dijo que no podía ni pisar el centro hasta el miércoles porque estaba expulsado. Ya ves —dije con sarcasmo—, expulsar a un vampiro del instituto.

—¿Un vampiro? —murmuró aún absorta en su portátil.

—Anoche estaba muerto y hoy está vivo. O es un vampiro, o un zombi que no se ha podrido, o un fantasma o un clon. Humano no es, desde luego. Ayer tenía las tripas colgando y hoy aparece por el instituto como si nada —esperé a que mi tía dijera algo, pero se limitaba a asentir ligeramente—. ¿Qué crees que es? ¿Qué clase de criatura?

Mi tía levantó por fin los ojos de la pantalla. Seguía sin parecer en absoluto impresionada con la noticia que le acababa de dar.

—Un vampiro que quiere enamorar a una adolescente para luego meterla en la olla y comérsela.

—No me estás tomando en serio —resoplé dejándome caer en el sofá.

—Es que no dices cosas serias.

—Y tú no me dices nada, solo te metes conmigo.

—Te dije que buscaras Prometeo en Google.

—No me voy a poner a estudiar ahora chorradas de...

Le dio la vuelta a su portátil y me mostró la imagen de un cuadro antiguo. Representaba a un hombre tumbado y encadenado a una roca en medio de una cordillera. Estaba desnudo y gritaba mientras un águila oscura le clavaba las garras y le arrancaba un trozo de piel del costado con el pico. La imagen tenía un marcado contraste entre luces y sombras, lo cual hacía que la escena pareciera aún más dramática.

—Prometeo de Rombouts ¿te suena?

Tragué saliva.

—El... el águila era más grande, y había más sangre —me limité a contestar, tratando de no parecer sorprendida.

—Rembrandt, —fue pasando imágenes y nombrando a sus autores. Todas eran cuadros con el mismo tema: un hombre desnudo encadenado y siendo atacado por un águila— van Baburen, Caravaggio...

Se detuvo. Esta última era especialmente perturbadora. El hombre tiraba de sus cadenas y gritaba asustado, impotente, mientras el ave clavaba el pico en su costado.

Me quedé sin palabras.

—Es uno de los peores castigos que ellos infligen —explicó por fin mi tía—. Prometeo fue condenado a permanecer atado a una roca, desnudo y a merced de los elementos. Durante el día un águila devoraba su hígado, durante la noche el hígado le volvía a crecer. Era inmortal así que sufrió el mismo castigo día tras día, durante décadas.

Así que no le había sorprendido que Héctor estuviera vivo porque ayer ella ya sabía que no había muerto o al menos no de forma definitiva. Me había visto, llorar, pasar las peores horas de angustia y culpa de mi vida y no me había dicho nada.

—¿Por... por qué no me lo dijiste anoche?

—Te dije que buscaras "Prometeo".

—Me lo podías haber dicho directamente. Has dejado que pensara que Héctor había muerto por mi culpa.

—Si hubieras leído el libro cuando te lo pedí no habría hecho falta que te dijera nada.

—Me sentía tan mal, tan culpable... y te ha dado igual. Eres una bruja, eres una persona horrible.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora