Parte 61

23.9K 2.9K 2.5K
                                    

El veintiocho de diciembre es mi cumpleaños y también es el día de los Santos Inocentes. Eso en mi pueblo no era un problema porque todo el mundo me conocía, pero en Madrid nadie me creyó cuando lo conté en clase. Pensaron que estaba de broma. No hice ningún esfuerzo para convencer a mis compañeras de que era cierto porque no me apetecía demasiado celebrar una fiesta que girara en torno a mí. Pero tampoco quería pasarme el día llorando en un rincón o ilusionándome para nada por hablar de ondas electromagnéticas con el chico que me volvía loca.

Así que convencí a mi tía para que cuando anocheciera fuéramos al cine y a cenar a un restaurante. Mataba dos pájaros de un tiro: celebrar que por fin era mayor de edad y sacar a mi tía de casa. Pero eso no era todo. Según Alicia, daba mala suerte no soplar las velas el día de tu cumpleaños, así que antes de comer salí a la calle a comprar una de esas tartas bonitas que venden en Madrid. Había fichado una pastelería a tres calles de mi casa que tenía tartas muy pequeñas con decoraciones increíbles. Estaba nerviosa porque me daba vergüenza preguntar qué tenían por dentro y parecer tonta, pero a la vez era muy importante elegir bien. Habría sido un desastre que mi tarta de cumpleaños hubiera estado rellena de piña, pescado o alguna cosa extraña.

No llegué a la pastelería.

A dos calles de mi casa, cuando pasaba por un garaje, un hombre chocó contra mi espalda. Me rodeó el pecho con uno de sus brazos y sentí un pinchazo en la cadera. Algo se me quedó clavado. Fue todo tan rápido que no pude reaccionar. Me quedé paralizada.

—La aguja ya está dentro —me susurró severo—. Si gritas inyecto el veneno y no vuelves a gritar nunca más. Asiente si lo has entendido.

Reconocí su voz. Era el semidiós que me atacó días atrás. Sentí el pinchazo más profundo y asentí varias veces.

—Voy a sacar la aguja, pero estate tranquila. Solo quiero hablar, monstruo.

Me empujó hacia el garaje, me hizo darme la vuelta, me arrinconó contra la pared y volvió a acercar la aguja a mi cadera, sin clavármela.

—Te daré toda la sangre que quieras, pero no me hagas daño, por favor —supliqué mientras buscaba una forma de salir de aquella situación.

—No te hagas la desvalida conmigo. No después de lo que vi la otra noche.

Sus terribles ojos no mostraron ni un ápice de piedad. Eran claros y del azul intenso de un cielo de verano. Sin duda los ojos de un dios.

—No soy un monstruo, te lo juro. Soy una chica normal, voy al instituto, estudio, salgo con mis amigos. No soy una gorgona, si lo fuera te habría convertido en piedra o algo así. —No me hizo falta fingir que estaba asustada, porque lo estaba.

Apretó los ojos por un momento cayendo en la cuenta del error que acababa de cometer mirándome a los ojos.

—¿Y a qué vino el numerito de los cristales?

Tragué saliva.

—C-creo que hay un dios que me protege.

—Ningún dios protegería a un monstruo. Funciona al revés.

—¿T-tú eres un dios?

Necesitaba ganar tiempo. Mi plan consistía en darle un empujón y salir corriendo buscando ayuda. Él ya había demostrado que era más rápido que yo, no podía dejar que volviera a alcanzarme o esta vez me inyectaría el veneno. Necesitaba testigos así que le entretuve mientras esperaba que alguien pasara por la calle.

—No. No soy un dios, pero más te vale ir con cuidado porque mi padre lo es. Soy hijo de Zeus. —Levantó la barbilla, orgulloso.

Ese gesto, esas facciones. Sin duda era familia de Apolo.

Cuervo (fantasía urbana)Where stories live. Discover now