Parte 46

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Corrí, pero no en la dirección en la que él esperaba. Corrí hacia ellos mientras las escamas brotaban de mi piel y me quitaba el gorro para que las serpientes, que ya notaba enredarse con mi pelo, pudieran moverse con libertad.

Llegué hasta donde estaban y me di de bruces con la mujer rubia, que se interpuso entre Héctor y yo. Él seguía gritando que me fuera y llamándome loca. Aquella mujer me intimidaba, así que antes de golpearla pensé que sería mejor negociar con ella.

—Tenéis que soltarle —le dije recuperando el aliento—. Mira, el águila... el águila sufrió un accidente terrible y no va a venir. Está muerta, ya no tiene sentido dejarle comida.

No ganaba nada diciéndoles que la había matado yo, y podían tomarla conmigo.

La mujer observó sin inmutarse a mis serpientes, quienes la amenazaban y bufaban. En el momento en el que abrí la boca para decir algo más, ella me soltó un puñetazo debajo de las costillas que no vi venir. Fue solo un golpe, pero en ese momento pensé que me había matado. Sentí un insoportable dolor que se extendió por todo el cuerpo y mi corazón empezó a latir cada vez más despacio. Mi respiración se volvió lenta y perdí el control de mis piernas, que se doblaron haciendo que cayera sobre la nieve sin poner ningún tipo de resistencia.

Estuve inconsciente lo que para mí fueron unos segundos, pero debió ser más porque, cuando me despertó el chillido de un águila, el hombre y la mujer ya se habían marchado. Me incorporé y sin detenerme ni siquiera para sacudirme la nieve salí corriendo tan rápido como pude hacia la roca.

Estaba nublado y era de noche, la oscuridad nos envolvía y la única luz que iluminaba la zona provenía del círculo de antorchas, así que no vi a la enorme águila hasta que la tuve casi encima. Se había lanzado en picado hacia la roca donde vi que Héctor estaba semidesnudo y encadenado. Esprinté, tratando de llegar antes de que aquella bestia le hiciera daño, y cuando estaba a punto de posarse sobre Héctor salté sobre ella y me aferré a su cuello. Lo abracé con fuerza mientras el águila se sacudía y trataba de picarme. Logré mantenerme unos segundos sobre ella hasta que dio una repentina sacudida y me tiró sobre la nieve.

Héctor entornaba los ojos, desconcertado. Nuestras miradas se cruzaron durante un par de segundos, antes de que el águila se interpusiera y me atrapara, aprovechando que aún no me había levantado. Me clavó con sus garras contra el suelo, estaba en la peor situación posible. No lo pensé ni un segundo, usé mi poder para controlar nieve y arrojársela a la cara. Tenía que evitar a toda costa que me clavara el pico. Como apenas le afectaba mi ataque me concentré en comprimir nieve en bolas del tamaño de un puño antes de lanzárselas.

Las serpientes mordisqueaban una de las patas del ave. Ninguna de ellas tenía un veneno lo suficientemente potente como para acabar con una bestia de semejante tamaño. Les tenía cierto cariño, pero en aquel momento no me habría importado cambiarlas por una mamba negra. Eso sí, a tenaces no les ganaba ningún otro reptil. No pararon hasta que el águila aflojó la garra que estaban atacando, lo que aproveché para empujar la otra, soltar y rodar fuera de su alcance.

Seguí lanzando bolas de nieve contra la cara del águila, si hacía el gesto de cerrar el puño con la mano me salían con facilidad. Mientras, corrí de espaldas hasta llegar a donde estaba Héctor. Recé porque llevara puesto un cinturón.

Con un ojo puesto en el águila, comprobé que llevaba puesto un cinturón, me senté sobre sus muslos y empecé a desabrochárselo. Noté sus ojos sobre mí, me ruboricé y empezaron a temblarme las manos. Estaba a horcajadas sobre sus muslos, desnudándole. Tenía la cara tan caliente que de un momento a otro iba a empezar a salir vapor de mis mejillas igual que lo hacía de mi boca. A pesar de tener la adrenalina por las nubes, Héctor seguía siendo Héctor y la forma en la que me examinaba era demasiado intensa para mí.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora