Parte 9

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El domingo me desperté casi al mediodía y con mal cuerpo. Estuve haciendo deberes hasta la hora de comer y después le pedí a mi tía su tablet para empezar a ver Plata de Ley. Necesitaba algo de que hablar con Mario cuando volviera a clase.

La serie trataba de una fiscal recién graduada que se enfrentaba a un grupo de cuatro hermanos que eran a la vez hombres lobo y abogados. Estaba el hermano mayor y serio, el macarra, el sensible y el más joven que era muy pijo. Todos parecían sentirse atraídos por la joven fiscal.

Los capítulos eran autoconclusivos, en cada uno resolvían un caso (porque acababan trabajando juntos) y ocurría algo que propiciaba que la protagonista viera a alguno de los abogados-lobo con el torso desnudo.

La serie no me llamaba demasiado la atención, pero la podía ver mientras jugaba a algo en el móvil.

Estaba justo viendo una escena donde el hermano lobo abogado macarra y el mayor discutían acaloradamente, con las caras tan cerca que tan solo un milímetro les impedía besarse, cuando mi tía abrió la puerta de golpe.

—Fuera de casa —me agarró del brazo y tiró de mí sacándome de mi habitación. Me hizo daño, estaba realmente fuerte—. ¡Fuera ya! ¿es que estás loca?

Que me llamara ella loca a mí me resultaba tremendamente irónico. No entendía nada.

—¿Qué? —protesté tratando de soltarme.

—Son casi las cinco.

Entonces caí en la cuenta de lo que pasaba. Di un tirón para liberarme y entré corriendo en mi habitación aprovechando un despiste suyo. Cogí el móvil y una sudadera, me metí el dinero en el bolsillo (seguía sin una cartera) y salí del apartamento.

Mi tía me arrojó un par de deportivas y cerró la puerta sin despedirse. Me calcé y bajé por las escaleras mientras me ponía la sudadera y me aseguraba que no se notara que estaba en pijama.

No podía quedarme en la casa los domingos por la tarde. Esa era su regla.

Cuando me fui a vivir con ella, nada más llegar a Madrid, me hizo sentarme en su sofá para dejar claras sus normas. Todos sabíamos que mi tía odiaba hablar con gente, incluso con su propia familia. Aquella fue la primera vez que la oí pronunciar tantas palabras seguidas.

—Alexia, tú... yo entiendo que tienes tu vida y tendrás tus cosas. Yo no... yo respetaré lo que quieras hacer, de hecho, me da igual. Si quieres drogarte, irte con desconocidos o lo que sea. Mientras no prendas fuego a la casa... o yo que sé. Si necesitas comida o pasta o medicamentos, hasta que vuelva tu madre, tú solo pídemelo — mi tía se paseaba nerviosa por su salón.

Yo estaba sentada en el sofá, abrazada a mi mochila y con una mano en mi gran maleta. Ella se sentó en el suelo, frente a mí.

—Solo te pido dos cosas —levantó dos dedos—. La primera: no me mientas, jamás. Sé que me vas a mentir, pero no lo hagas porque... no lo hagas —se balanceaba como hablando consigo misma—. No lo hagas, Alexia. Por favor —se colocó su desaliñado pelo detrás de las orejas—. La segunda. Alexia la segunda es la más importante y no puedes fallar —gateó hasta donde estaba yo y puso sus manos en mis rodillas, mirándome desde abajo—. No puedes estar en casa los domingos por la tarde entre las cinco y las ocho —me tiró del pelo para acercarse a mi oído—. Bajo ninguna circunstancia.

No me explicó por qué. En un principio pensé que tendría un novio, pero no hacía el mínimo esfuerzo de estar presentable ese día. No tenía un jersey suave gris "de los domingos".

También era cierto que, al dormir en el salón, no tenía ningún tipo de intimidad. Mi teoría era que estaba relacionado con eso.

El caso es que me pasaba los domingos en la calle, dando vueltas por el barrio. El fin de semana anterior había intentado ir al centro para visitar los sitios a donde iba con mi madre y mis abuelos cuando veníamos a Madrid, pero me perdí en el metro.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora