Parte 33

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Recuerdos fugaces de aquella noche volvieron a mí al despertar al mediodía: mi tía subiéndome al asiento de atrás del coche, las luces del ascensor borrosas, notar la dureza del suelo del salón en mi espalda mientras mi tía me palpaba las costillas, sentir que me asfixiaba y sobre todo dolor, mucho dolor.

Estaba tumbada en mi cama. Todo el desorden de mi habitación había sido amontonado en un lado y al otro estaba mi tía, sentada en una silla con los ojos cerrados.

Miré hacia abajo. Tenía vendajes en la pierna y el torso y una vía en mi brazo conectada a un gotero que colgaba de una percha. Me molestaba el pecho al respirar, pero por lo demás me sentía bien.

—Tienes mucho que explicarme —inquirió mi tía con voz somnolienta al verme despierta.

Hizo que me tomara un zumo y un yogur mientras me preguntaba cómo me encontraba y dónde me dolía. Me hizo algunas pruebas. Parecía sorprendida de que estuviera bien.

Lo que a mí me sorprendió fue sentir a la serpiente bastarda reptando por mi frente. Era medio día y seguían en mi cabeza ella y la culebra de escalera. Además, se había unido a la pandilla una pequeña serpiente del maíz de color anaranjado que mi tía tuvo que señalarme porque se escondía en mi pelo. Me pregunté si esta serpiente había salido para sustituir a la hocicuda, pero esta era mucho más pequeña y no parecía tan extrovertida como sus hermanas. La víbora hocicuda seguía pegada a mi cabeza. Su cuerpo ya no estaba tan aplastado, se había endurecido, el color de sus escamas se había apagado y no se movía. Tenía los ojos lechosos.

No quería despedirme de ella, pero aun así pregunté a mi tía si debíamos hacer algo para quitármela y ella, como si acabara de recordar algo, me exigió saber qué había pasado en la montaña.

No escatimé en detalles, hice un esfuerzo por recordar todo lo que pude. Insistí varias veces en que me resultó muy difícil controlarme porque mi instinto me empujaba a ayudar a Héctor. Un instinto que finalmente fue superior a mi voluntad. Pero no se lo conté todo, por eso me sorprendió que me preguntara por la única parte que me había saltado a propósito.

—¿Usaste la telequinesis para lanzar nieve?

El tono de mi tía fue tan agresivo que casi se me pasa por alto un matiz importante.

—¿Qué? yo no te he contado eso ¿cómo lo has sabido?

—Te advertí de que no usaras esa mierda. De todas las estupideces que hiciste anoche, esa es la peor de todas.

—¿Cómo lo has sabido? —Me incorporé para reforzar mis palabras, pero no pude levantarme porque me mareaba—. No me mientas más. Estabas allí, ¿verdad?

—No digas tonterías. Tenías los brazos negros cuando te encontré.

Lo dijo nerviosa, sus palabras se atropellaban. No me encajaba.

—¿Y cómo sabes que usé nieve?

—Porque allí no había otra cosa ¿no? Por eso usaste el cinturón de Héctor, porque solo había nieve.

Tenía sentido, pero no podía dejar de pensar que algo no encajaba.

—¿Por qué no confías en mí?

—¿Qué?

—No me lo estás contando todo. Dime al menos por qué no puedo usarlo, si no lo hubiera usado ayer ahora estaría muerta.

—Si no me hubieras desobedecido no habrías necesitado usarlo.

Salió de mi habitación hecha una furia.

Aproveché para sacar el móvil y tratar de averiguar cómo estaba Héctor. No tenía noticias suyas y como de costumbre no había publicado nada en sus redes sociales. En cambio, había recibido un mensaje de Mario que no pude leer porque mi tía volvió a mi habitación.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora