Parte 58

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Lavar ropa ensangrentada de madrugada y curar mis heridas mientras le contaba mi último enfrentamiento empezaba a ser una rutina para mi tía. Quise pensar que no me regañó porque no le mentí, no usé la telekinesis y porque confiaba en mí, pero en realidad seguía apagada desde que echó a Apolo de casa.

No me habría venido mal que me echara la bronca. El miedo que le tenía a ella habría contrarrestado el susto que se me había metido en el cuerpo cuando la uña asesina de aquella bestia atravesó mi pecho. Había estado muy cerca de acabar conmigo y esa noche se apareció en mis pesadillas. Tenía que esforzarme más, que prepararme, que protegerme. No podía permitir que me mataran. Si moría Héctor sufriría cada noche y lo peor es que era posible que mi madre tuviese que quedarse en el infierno durante mucho tiempo. Era demasiada responsabilidad, estaba agobiada y necesitaba estar sola para pensar, así que al día siguiente a la hora del recreo me quedé en la clase haciendo deberes. El aula era menos solitaria que el baño, pero más cómoda.

—¿Te han castigado? —preguntó Héctor asomándose por la puerta y haciendo que mi corazón diera un brinco.

—Mario está en el patio —dije fingiendo indiferencia, sin levantar los ojos de mis apuntes. Si no le veía no existía y no podía afectarme.

—Te estaba buscando a ti.

Sí podía afectarme.

Arrastró una silla hasta mi pupitre y se sentó al revés, cruzando los brazos sobre el respaldo de esta. Se inclinó hacia mí y bajó la cabeza hasta que levanté la mía y le miré.

—¿Cómo estás? ¿Cómo tienes la herida?

—Bien, desapareció del todo —mentí volviéndome a centrar en mis apuntes.

—¿Del todo? ¿No te molesta?

Me esforcé en pensar en algo que no fueran sus ojos, sus labios o sus manos jugueteando con uno de mis bolígrafos. Ahogué mis ganas de hacerle sonreír para ver sus hoyuelos.

—Oye, ¿anoche por qué no me avisaste de que iban a hacerte daño?

Se tensó y soltó el boli.

—Ah, ehm, justo quería hablarte de eso. Me he instalado otra app que tiene una especie de alarma y si no la pulso te envía un aviso. La he configurado para que de once a doce menos cuarto active la alarma cada cinco minutos. Es un coñazo, pero así seguro que te aviso.

Era buena idea. Si le atacaban por sorpresa no tendría tiempo de avisarme, así me llegaría el aviso igualmente. Era como el pedal de hombre muerto para el teléfono. Pensé en decirle que podía estar tranquilo, que si me necesitaba llegaría muy rápido porque entrenaba al lado de su casa, pero la simple posibilidad de que conociera a Ray y él le hablara de mí me revolvió el estómago.

—Te he traído esto —dijo entregándome un jersey de color negro—. Sé que no te sirve si es tuyo así que te lo presto. Creo que te quedará bien porque es pequeño para mí, me marca demasiado el pecho y los hombros.

Se lo devolví de inmediato.

—Entonces es mejor que lo tengas tú. —Lo dije demasiado rápido, delatándome ¿por qué no podía pensar antes de hablar?—. Para c-cuando quieras... tengas frío.

Coloqué mis apuntes, me toqueteé el pelo, me rasqué la nariz y volví a tocarme el pelo. Estaba muy nerviosa.

Él se acercó más, volvió a darme el jersey y puso sus manos sobre las mías para que no lo soltara. Me miró tratando de que le tomara en serio.

—Por favor, deja que te compense el que te rompí.

El cabrón de mi cerebro reprodujo la imagen de Héctor en la montaña medio desnudo, sobre mí, rasgándome la ropa. Cuando aquello pasó estaba malherida, acojonada, pensaba que me iba a morir. Pero aquella mañana, en aquella aula, con sus manos sobre las mías y sus ojos sobre mis ojos la escena no era precisamente aterradora. Mi mente transformó aquel recuerdo. Sí, estábamos rodeados de nieve, pero hacía calor y Héctor, después de romperme el jersey, me miraba como un lobo hambriento, se humedecía los labios y me besaba con pasión y mucha lengua, mientras deslizaba sus manos por mi...

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora