EL MIERDIBESO

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Buenas bellas florecillas! No me iba a pasar, pero como os dije ayer que lo haría, aquí ando con un mini-cap. Hoy he estado algo liadilla y al final se me echó el tiempo encima, pero espero que lo disfrutéis ¡Hasta mañana!

Sentía mi pulso acelerarse más de la cuenta y eso me hizo coger aire profundamente mientras lo soltaba despacio, muy despacio

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Sentía mi pulso acelerarse más de la cuenta y eso me hizo coger aire profundamente mientras lo soltaba despacio, muy despacio

«Igualito que una parturienta, pero sin niño»

Tranquila Adriana. Solo es un belga buenorro diciéndote algo bonito, no es la primera vez que te hacen un piropo, que no parezca que te importa.

—Querido marido, te aseguro que después de cinco meses junto a mi terminarás loco, pero de los que terminan en psiquiátrico —dije colocando mis manos en jarras con una sonrisa de inocente en el rostro.

Le observé sonreír silenciosamente, como si pensara que estaba bromeando, pero allá el... por su culpa estaba enjaulada en ese castillo de oro y hasta el momento el único miembro de su familia era un incordio.

—Tendré que correr ese riesgo —dijo ofreciéndome una cajita pequeña que se acababa de sacar de su bolsillo.

Alexandre mantenía la palma de su mano abierta hacia arriba con aquel pequeño cofrecito de terciopelo azul y supe que era una joya.

—Un poco tarde para pedirme matrimonio, ¿No te parece? —exclamé alzando una ceja mientras daba un pequeño paso hacia él.

Mi respuesta no pareció sorprenderle sino que ladeó la cabeza y él mismo abrió la caja dejando a la vista dos anillos idénticos, eran alianzas.

—Espero que sea de tu talla, tendremos que llevarlas puestas todo el tiempo hasta que esto termine —dijo cogiendo la más pequeña y ofreciéndomela de nuevo.

Me acerqué a él y dejé que tocara mi mano conforme deslizaba aquel anillo en el dedo. No era pequeña, tampoco muy grande, pero sí que bailaba un poco en mi dedo.

—Creo que está bien así —deduje pensando que era una idiotez ajustar un anillo que solo me iba a durar unos meses en el dedo.

—Perfecto —contestó mientras cogía el suyo y se lo colocaba en el mismo dedo anular que yo—. Supongo que ahora sí es oficial.

Me quedé mirándole por un breve instante ya que había posado su mirada en la mía como si esperase algo.

—Y eso que ni siquiera nos hemos besado... —solté sin pensar.

¡Cállate de una vez, Adriana!

—Hablando de eso, ¿Te sentirías más cómoda si practicáramos antes de hacerlo en público? Tal vez parezca demasiado forzado si no estamos acostumbrados.

¿Practicar un beso?, ¿Es que he vuelto a tener diez años?

—¿Esta tratando de decirme su majestad que quiere besarme? —exclamé divertida y él no pareció entenderlo.

—¡Oh no! Yo solo pensé que quizá podrías sentirte más cómoda si...

—¡Es broma! —alegué acercándome a él lo suficiente para que posara de nuevo la mirada en mi algo más relajado.

—Será mejor que nuestro primer beso no sea frente a cientos de cámaras grabando al mismo tiempo, sobre todo por si me mata tu aliento —dije con una sonrisa en los labios y esta vez Alexandre sonrió al mismo tiempo.

Me quedé a corta distancia, si esperaba que fuese yo quien diera el siguiente paso lo llevaba claro, pero entonces pareció comprenderlo y se coloco de pie frente a mi.

Tuve que alzar la vista para seguir viendo su rostro, pero enseguida se inclinó y rozó mis labios suavemente para apartarse rápidamente, tanto que ni siquiera me dio tiempo a comprobar si eran suaves.

¿Ya?, ¿Así besaban los belgas?

¡Pues vaya una mierda!

—¿Qué porquería de beso es ese? —casi grité, parecía hasta enfadada.

Alexandre alzó una ceja confundido como si no lo comprendiera.

—No entiendo que...

—Ven aquí, te voy a enseñar yo lo que es besar de verdad —solté mientras mi mano se agarraba firmemente a su nuca y le estampaba mis labios en sus morros provocando que abriera ligeramente su boca para introducir mi lengua.

¡Oh Dioses!, ¡Oh benditos y alabados sean los dioses del universo!

Alexandre sabía a gloria, sabía a éxtasis, sabía a deseo, sabía a todo cuanto pudiera desear pero en un solo cuerpo. ¿Eran suaves sus labios? Jodidamente si lo eran, para mi propio pesar, porque estaba en una nube explosiva saboreándolos sin cesar.

Percibía su respuesta, incluso como bailaba su lengua junto a la mía y se acoplaban a la par, como si lo hubieran hecho durante toda la vida.

Quería más. Deseaba más. Anhelaba más.

¡Mierda!

Me aparté bruscamente de él y respiré con fuerza abriendo los ojos y observando su expresión de absoluto desconcierto.

—Bueno, eso de donde yo vengo es besar y no el mierdibeso que me has dado antes.

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De Plebeya a Reina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora