1. Esa desagradable humanidad

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Seis meses después....

Por enésima vez esa mañana deseó tener todas sus habilidades de nuevo, en ésta ocasión las usaría muy sabiamente. Solo haría que al niño frente a él le salieran un par de orejas de perro o una cola de cerdo. Maldito mocoso exasperante.

Pasó el trapeador sobre la malteada derramada, a propósito cabe resaltar. Ya no le cabía ninguna duda, en especial porque el mocoso lo estaba observando limpiar, una sonrisa maliciosa tirando de sus labios. Y luego decían que él era el malvado cuando la verdad era que los niños humanos podían ser unos verdaderos engedros del mal. De eso tampoco le cabía la menor duda.

—Lo siento mucho — dijo la madre del malicioso engendro. —Es que mi pequeño es un poco inquieto.

—No se preocupe— impuso una sonrisa falsa en los labios. —Los accidentes pasan.

La mujer asintió aliviada y volvió a poner toda su atención en el teléfono que sostenía en una de sus manos. No era de extrañar que su mocoso hiciera travesuras a diestra y siniestra. Ella definitivamente no estaba portándose como una buena madre, dejándolo sin vigilancia para que hiciera su maldita voluntad. Lucifer rodó los ojos al ver que la mujer se perdía en su propio mundo. De igual forma aprovechó eso para inclinarse cerca del niño y susurrar:

—¿Escuchaste, engedro? Los accidentes pasan y si sigues jodiendo la existencia de los demás, puede que por accidente el montruo bajo tu cama te coma esta noche.

—Los monstruos no existen— murmuró el niño viéndolo con el ceño fruncido.

—Bueno, lo averiguarás más tarde  — le dedicó una sonrisa socarrona. —Dile hola de mi parte.

—¡Mamá!

Se alejó con una enorme sonrisa. Ah, había hecho su buena obra del día. Y al menos eso haría más soportable su jornada laboral. Ugh, quien iba a decir que trabajar a medio tiempo en un restaurante de comida rápida podía ser tan agotador y estresante.

Deja eso. Quién iba a decir que una vida humana sería tan...insoportable. Había tanto por lo cual ocuparse. Un cuerpo humano tenía muchas necesidades. Alimento, aseo, descanso. Todas esas cosas por las que Lucifer nunca había tenido que preocuparse. Cuando era el amo y señor de la oscuridad, podía hacer y deshacer a su antojo. Ya no tener la libertad de obtener todo cuánto quisiera era frustrante por decir poco.

Antes no necesitaba comer y tampoco dormir. En una existencia humana eso robaba mucho tiempo. Sin embargo ahora eran cosas reales por las cuales preocuparse. Y puede que solo hayan pasado seis meses desde que al jodido Gabe se le ocurrió jugarle aquella broma de tan mal gusto, sin embargo ese corto tiempo se sentía como una eternidad y para alguien cuya existencia era jodidamente larga, ya era mucho decir.

Fue al cuarto de limpieza para lavar el trapeador. Era tan absurdo. ¿Cómo era posible que Lucifer, la estrella más brillante, el señor de las tinieblas, terminara lavando un trapeador? No había nada más disparatado que eso. Y la peor parte es que lo haría aun si lo odiaba, porque necesitaba el jodido dinero.

Los cinco mil dólares que Mik le había dado desaparecieron durante su primera semana viviendo en el mundo humano. Bueno, en su defensa, necesitaba buena ropa. No podía ir por ahí vistiendo cualquier cosa ¿verdad? Porque incluso si sus poderes estaban restringidos, aún había una reputación que mantener.

—Oye Chadburn, el mismo tipo de siempre está preguntando por ti— era su supervisora quien le hablaba. —Sé breve. Es la hora del almuerzo y sabes que te necesito tras la caja registradora.

—Está bien— gruñó.

Su supervisora no le caía tan mal
Era fácil de manipular y estaba medio enamorada de Lucifer. ¿Pero quién no, cierto? Era infernalmente atractivo. Todo cabello rubio, relucientes ojos azules y un físico de infarto. Al menos Gabriel lo había dejado conservar eso. Porque bien pudo convertirlo en algún tipo de fenómeno con cuatro ojos o dos cabezas. Oh, creía a Gabe muy capaz de algo así.

La Oscuridad Seduce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora