38. El placer

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Aún estaba inquieto cuando volvió a casa y subió a su habitación

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Aún estaba inquieto cuando volvió a casa y subió a su habitación. También estaba un poco enfurruñado por la manera en que sucedieron las cosas. Saber que estuvo a punto de caer en un jodida emboscada demoníaca no le sentó bien. Así que dejó a los demás en lo suyo y subió a su habitación buscando un momento a solas, también quería una ducha.

Debajo del chorro de agua caliente no pudo evitar pegar su frente contra las frías baldosas. Su mente no dejaban de revolotear alrededor de las palabras que había soltado aquel demonio, "Mi señora". Sabía que cuando le contara a Lucifer sobre eso, se pondría furioso. No solo porque alguien estaba tratando de meterse con lo que era "suyo", sino porque significaba que existía un demonio conspirando en su contra para hacerse con el trono del infierno. Y Nash sabía que si en verdad existía un ser oscuro que creía tener una posibilidad de vencer al rey actual, las cosas se podrían complicadas. Más de lo que ya lo eran.

Dejó la ducha cuando sus dedos empezaron a arrugarse por la húmedad. Se ató una toalla a la cintura y tomó otra más pequeña para secar su cabello y entonces volvió a su habitación, dejando el cuarto de baño que se había llenado de vapor. No se detuvo hasta estar parado frente a su armario, en donde se quedó quieto por varios minutos sin saber que ropa elegir para ponerse.  Teniendo en cuenta lo que había sucedido en el condenado hotel abandonado, vestirse parecía la consa más intrascendente del mundo. Pero de todos modos debía hacerlo.

Estaba revisando en la pila de camisetas cuando sintió el cosquilleo familiar. Sonrió justo antes de que un cálido cuerpo se pegará al suyo y manos atrevidas no dudaran en deslizarse sobre su torso. Su piel se erizó por el contacto y su abdomen se apretó por la agradable sensación.

—Mm, me gusta que te hayas tomado la molestia de ponerme el trabajo fácil— dijo Lucifer en un tono bajo e íntimo.

—Debí haberlo sabido— se rio recostándose contra un pecho fuerte, disfrutando de las lentas caricias que esas manos de dedos largos y elegantes seguían dejando en su piel—. Aunque pudiste esperar a que me vistiera.

—Ahora bien, ¿por qué en nombre de los nueve círculos del infierno haría tal cosa? — Lucifer dejó un reguero de besos a un costado de su cuello, haciendolo estremecer y soltar un jadeo.

A veces le costaba entender por qué un solo toque del señor de la oscuridad era capaz de hacerlo sentir de esa manera. Era como si todos sus sentidos se pusieran alerta, más receptivos que nunca. Sobre todo su piel, que se sentía muy sensible.

—Además— continúo el rubio, esta vez dejando besos a lo largo de si mandíbula. Su tono seguía siendo bajo—, creo recordar que me prometiste algo antes de irte. ¿Lo recuerdas?

—No estoy seguro— murmuró cerrando los ojos, complemente maleable entre los brazos de Lucifer—. Justo en este momento no creo que mi cerebro sea capaz de recordar mucho.

Y no era una mentira porque sus pensamientos empezaban a volverse brumosos a medida que el calor se expandía en su estómago y en su vientre a causa de la creciente  excitación extendiéndose por su cuerpo. Tomó una bocanada de aire y lo expulsó de manera temblorosa.

La Oscuridad Seduce ©Where stories live. Discover now