59. El intruso

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Entrecerró un poco los ojos mientras observaba todo a su alrededor, sentado en una banca de mármol bajo el alero de un porche

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Entrecerró un poco los ojos mientras observaba todo a su alrededor, sentado en una banca de mármol bajo el alero de un porche. Al parecer a Uriel le gustaba que su casa tuviera una apariencia más hogareña, lejos de los espacios impolutos y minimalistas que los demás ángeles elegían para sus respectivas viviendas.

—Es bonito— dijo Miguel observando el amplio espacio que pertenecía al jardín trasero. Con árboles tan altos y flores coloridas que solo añadían un toque más dulce a aquella pequeña casa—. Hay un regusto de paz en este lugar.

—Lo sé. Por eso me gusta— a su lado en la banca, Uriel tenía los ojos cerrados, su expresión mostrándose relajada—. Gracias por venir a verme, hermano.

—No podía marcharme sin saber cómo has estado, sin asegurarme de que estás cómodo aquí.

—Lo estoy— Uriel abrió sus ojos dándole una mirada curiosa—. ¿Entonces en verdad vivirás en el infierno de ahora en adelante?

—No lo sé. Sabes que como seres divinos es un poco difícil mantener una estancia prolongada en ese lugar. Lo más seguro es que alterne entre el infierno y el mundo humano. Aunque es inevitable que vuelva aquí cada cierto tiempo.

—Por supuesto— su hermano tarareó por lo bajo—. De cualquier manera, Miguel, espero que en el lugar en el que elijas vivir tengas felicidad y prosperidad.

—Gracias— inclinó la cabeza a un lado dejando que varios mechones de cabello ondulado resbalaran sobre su frente—. Oh vamos, sé que quieres decir algo más. Puedes hacerlo, no me enfadaré.

Uriel se vio un poco avergonzado por un instante antes de soltar un risa que tenía esa nota musical que tanto lo caracterizaba. Siempre le pareció que Uriel era el más dulce de los arcángeles, el más emocional y compasivo. Por eso seguía doliendo saber que le habían hecho tanto daño, entre Abadon y algunos humanos del gremio. Escucharlo reír con tanta soltura era una buena señal, un recordatorio de que también era un ser que poseía un alma fuerte, determinada y llena de deseos de vivir; esperaba que con el tiempo las heridas del pasado se volvieran solo cicatrices que ya no fueran sinónimo de dolor y tristeza.

—Bueno, ahora que lo dices, no lo tomes a mal — se apresuró a decir—. Fui testigo de ello en mi corta estancia en el infierno, pero aún me cuesta trabajo creer que tú y Sam…¡Y no es porque ahora sea un caído! Es solo que ustedes siempre se llevaron mal. No podían estar en la misma habitación sin lanzarse miradas desabridas.

Miguel soltó una risa por lo bajo, carraspeando para tratar de encubrir lo mortificado que el tema lo hacía sentir. Quizá en verdad era un tanto pudoroso.

—Lo sé, a veces tampoco me lo creo del todo. Y no sé qué fue lo que cambió, quizá tuvo mucho que ver todo lo que sucedió con Lucifer. Verlo ser leal a él y a la vez tratar de mantenerse fiel a su labor asignada por el cielo. Creo que eso me dio la oportunidad de entenderlo mejor, de dejar atrás los juicioso que me había armado sobre él— sacudió la cabeza—. Creo que es un error que todos cometimos; juzgarlo con dureza luego de su breve unión con Lilith. No fue justo.

La Oscuridad Seduce ©Where stories live. Discover now