15. Sin tiempo que perder

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Cuándo eligió castigar a Lucifer no imaginó que la situación se saldría tanto de control. Y tal vez nadie iba a creerle al decir que no fue su intención causar tantos problemas. Lo más seguro es que ni siquiera si se pusiera de rodillas alguien le creería. Y sí, sabía que fue arrogante en insensato al pensar que tenía el derecho de castigar a Lucifer. Se arrepentía tanto de lo que hizo.

Porque ahora no solo creo un caos en el infierno, sino que desobedeció a Padre y estaba a punto de enfrentarse a dos de sus hermanos. Remiel y Raphaelle nada más y nada menos. Sí ellos habían sido enviados a hacer control de daños, significaba que Padre no estaba feliz. Se arrepentía de haber arrastrado a Miguel en todo ese embrollo.

—Hermanos, por favor— Raphaelle dió un paso al frente. La apariencia que habían elegido desde hace décadas le sentaba bien. Pero también resultaba un poco inquietante ya que sus voz suave y su sonrisa dulce creaban una distracción. Raphaelle era despiadada. Una guerrera y si tenía órdenes de Padre, no tendría piedad. Ni siquiera si eso significaba destruir a sus hermanos —. No hagamos esto más difícil. Miguel, tú siempre eres la voz de la razón. No puedo entender por qué de pronto estás involucrado en algo como esto. Estás desobedeciendo a Padre. ¿Por qué? el confía en tu buen juicio. Está tan sorprendido y decepcionado por lo que estás haciendo. También está triste. No creo que quieras que Padre esté triste por tu desobediencia; nuestro propósito es servir a él, a su voluntad y su gracia.

—Nunca quise decepcionarlo— se le encogió el corazón ante el tono culpable en la voz de Miguel. Sabías que de todos los seres divinos que conformaba la creación de Padre, Miguel era el más entregado. Romper las reglas estaba matándolo. La culpa lo estaba consumiendo, casi como un dolor físico —. No quería que esto pasara.

—Entonces haz lo correcto. Obedece. Ayúdanos a cumplir con nuestro deber. Haz lo correcto y Padre será indulgente contigo. Sabes que su mayor gozo es saber que somos fieles a él, a su causa. Somos sus hijos, le debemos obediencia. ¿Acaso hay algo más satisfactorio que saber que Padre está feliz con nuestras acciones?

Podía ver cómo la duda empezaba a filtrarse en Miguel. Sus manos estaban temblando y casi podía sentir el anhelo que le causaba bajar la cabeza y aceptar lo que Raphaelle estaba diciendo. Pero si lo hacía, entonces… Gabriel estaría solo. Tendría que arreglar todo por su cuenta y no sabía si podría. Puede que hace unos días estuviera de acuerdo con seguir las órdenes de Padre y no interferir más. Pero a esas alturas ya estaban demasiado involucrados en todo. Ya no tenía sentido dar un paso atrás.

Y de cualquier manera, sí fue él quien arruinó las cosas, entonces encontraría la manera de arreglarlo. Pero si Miguel lo dejaba...no podía permitirlo. Incluso si era egoísta querer que Miguel se quedará a su lado. Después de todo Gabriel nunca fue considerado como el arcángel más sensato o el menos egoista. Dió un paso adelante apretando el agarre en su espada.

—Miguel— llamó con un borde de desesperación en su tono— Por favor, no lo hagas, sé que…

—Guarda silencio, Gabriel— los ojos oscuros de Remiel lo inmovilizaron. Ugh, él era un bastardo espeluznante. Siempre tan silencioso, tan inexpresivo y frío. Era como si dentro de él no hubiera emoción alguna. Si se quedaba quieto por mucho tiempo hasta pasaría por una estatua —.Tú menos que nadie tiene derecho a decir algo en todo esto. Si el problema existe en primer lugar es por tu culpa. Padre seguramente tendrá un castigo acorde a tu falta. Así que te sugiero guardar silencio y no empeorar la situación para ti a menos que quieras que tu castigo sea más severo.

Bien, esa era una  amenaza directa. Y sí, le asustaba. La insubordinación nunca fue bienvenida en el cielo. Porque de ahí era dónde surgía el mal. Si un ángel se rebelaba, era tomado como traidor, era convertido en un caído.

La Oscuridad Seduce ©Where stories live. Discover now