17. Un poco de la verdad

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Azazel estaba furioso. La manera en que la energía crepitaba a su alrededor era un indicio. Sin mencionar el como estaba sometiéndolo contra el suelo solo utilizando dicha energía. Mierda, eso era tan vergonzoso. Si Lucifer estuviera en toda su capacidad, ni siquiera lo sentiría pero los estúpidos grilletes aún eran demasiado fuertes como para impedirle defenderse de la fuerza de un príncipe del infierno que estaba enfadado como el carajo.

Está bien, parte de él agradecía la paliza que estaba recibiendo porque no podía creer haberse dejado llevar con Nashville. Ni siquiera tenía una manera de explicar cómo fue que pasó de amenazarlo con dejarlo caer del balcón a querer devorarlo de la manera más pecaminosa posible. Aún podía sentir el sabor de su piel en la lengua. La oscuridad en su interior se removió con deleite deseando más, deseando destruir a Azazel y así poder llegar a Nash de nuevo.

Apostaba a qué sería muy fácil conseguir esa mirada aturdida en sus ojos del color de la miel. Sería fácil conseguir que le rogara de nuevo. Expulsó el pensamiento porque era absurdo. Era una idea estúpida y no podía permitirse caer en la tentación de nuevo. Lo cual era irónico. El diablo luchando contra la tentación, quién iba a decirlo. Pero justo en ese momento no iba a ponerse a analizar por qué ese humano era capaz de provocarle todas esa cosas… no cuando Azazel podría matarlo en el siguiente suspiro.

Soltó un gruñido poniendo cada gramo de voluntad en su cuerpo para intentar ponerse de pie. Casi lo logró antes de que Azazel presionara más y lo dejara sobre sus manos y rodillas de nuevo. Oh por favor, esto era absurdo.

—¡Azazel, basta! No quieres hacer esto y lo sabes. O te detienes justo ahora o cuando me recupere voy a cobrármelo y no te va a gustar.

—Púdrete, maldito engendro— y por supuesto, el ángel caído presionó más enviando al rubio a caer sobre su espalda con un golpe tan duro que el suelo empezó a agrietarse —. Quiero matarte. Creo que lo haré y no me importan las jodidas consecuencias.

—¿Por qué? — soltó una carcajada. Porque no iba a mostrar miedo, jamás frente a Azazel. Si iba a matarlo, bien, que lo hiciera. Pero no pediría piedad —. ¿Es por Nash? ¿Acaso te molesta que yo pueda tenerlo y tú no? porque hombre, el pequeño cazador estaba a nada de abrirse de piernas…

Fue lo equivocado para decir. En un abrir y cerrar de ojos Azazel lo levantó del suelo y lo estrelló contra la pared. Una de sus manos apretando contra su cuello. La mueca de furia en su rostro adolescente era un poco intimidante, solo un poco. Y tal vez, solo tal vez, empezó a creer que Azazel realmente lo mataría. No pudo evitar reírse porque sobrevivió a los demonios, logró escabulirse de Raphaelle y Remiel solo para terminar siendo asesinado por Azazel. ¿Y todo por qué? ¿Por un humano? ¿Por celos?

—¿Por qué estás tan enojado?— logró preguntar a través del fuerte agarre que presionaba su cuello.

—Me molesta que seas un hijo de puta. Me molesta que le des tan poco valor a la vida de Nash y lo trates como un juguete cuando estuvo dispuesto a protegerte.

—No lo hizo por mi.

—¡De cualquier manera no te lo mereces!— un puñetazo aterrizó en su estómago dejándolo sin aliento. Intentó detenerlo de nuevo presionando su propia energía para defenderse, pero no surtió efecto porque el caído estaba demasiado enojado como para ceder. — vas por la vida haciendo cualquier estupidez sin medir las consecuencias y luego los demás tienen que arreglar tus problemas. ¿Es eso justo? ¿Es justo arrastrar a un humano a tu caos? Y no te basta con usarlo, también tienes que jugar con él. Eres despreciable.

—Nada que no me haya dicho antes. No puedo creer que en verdad te sorprenda mi falta de empatía por los demás. Lo que sigue siendo desconcertante es el por qué te molesta tanto que quiera jugar con Nash.

La Oscuridad Seduce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora