2. El cazador

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—¡No son más que escoria! ¡Humanos malditos!— rugió el hombre que estaba arrodillado en medio de aquel intrincado círculo hecho con runas y conjuros antiguos en varias lenguas.

Aunque llamarlo humano era erróneo. Aquel no era más un humano. Sus ojos completamente negros, como los de un tiburón, eran el primer indicio de que carecía de humanidad . Luego estaba la manera en que sus extremidades podían flexionarse en posturas antinaturales. Sus uñas negras y sus dientes más afilados de lo que deberían también lo delataban. Aquel alguna vez fue un hombre, sin embargo un demonio había hecho de su cuerpo su vehículo. En pocas palabras, se trataba de una posesión demoníaca.

Había cierto olor agrio mezclado con el distintivo olor a azufre que los demonios solían portar. Nash hizo una mueca, porque no importaba cuántas veces hubiera sido testigo de aquel suceso, seguía siendo grotesco y le provocaba asco, además de rabia. Saber que la humanidad era tan frágil frente a aquellas entidades también resultaba aterrador en ocasiones.

El asunto con los demonios es que no podías permitirte mostrar miedo o se aferrarían a él, por minúsculo que fuera. Podrían utilizarlo en tu contra y hacer que los lugares se cambiaran. No importaba si el demonio era quien estaba restringido tras esas barreras invisibles, aún podías terminar siendo el prisionero.

—¿Por qué estás aquí?— exigió cuadrando los hombros. En su mano empuñaba una larga palanca de hierro puro. En la punta tenía plata.

El demonio sonrió de manera espeluznante y ladeó la cabeza hacia la izquierda, quizá demasiado porque hizo un crujido asqueroso. El pobre tipo a quién perteneció ese cuerpo, nunca volvería a ver la luz del sol. El demonio lo observó atentamente con esos ojos negros que le provocaban el instinto de rechazo. Se mantuvo en su lugar de manera obstinada.

—No tengo por qué decirte una mierda. Humano despreciable. Deberías arrodillarte frente a mi. Tampoco deberías jugar al cazador, no sabes de lo que somos capaces…

—Pregunté qué haces aquí y a menos que respondas correctamente preferiría que cierres la puta boca.

Extendió la mano hacia un costado, en dónde su compañera de cacería se mantenía firme para prestarle apoyo si lo necesitaba. Ella le extendió una botella llena de agua. Agua bendita. Quitó la tapa y arrojó un poco hacia el demonio. De inmediato el inmundo ser soltó un sonido bajo y sibilante, cargado de dolor y rabia. Salía humo de su piel.

—Ahora responderás a mi pregunta.

—¡Un día tu alma irá al infierno y con gusto te haré pagar por esto! Conocerás los peores horrores y desearás nunca haberme retado.

—Adelante— le dijo a su compañera.

Ella sonrió con fuerza mientras descolgaba el rosario que colgaba de su cuello. Era antiguo, una reliquia que había pasado de generación en generación dentro de su familia. Envolvió la cadena formada por cuentas de madera en sus manos para luego unir las palmas y dejar que la cruz colgara entre ellas. Entonces empezó a recitar en latín, era un exorcismo.

El demonio se resistió al principio, gruñendo y mostrando los dientes como un animal. La presión fue aumentando a medida que las palabras eran dichas de manera más enérgica. Pronto el demonio estaba gritando, la piel de su rostro y brazos llenándose de venas negras. Había sangre saliendo de sus ojos y nariz. También era negra.

Alzó la mano para que su compañera se detuviera brevemente. Entonces se acuclilló frente al demonio.

—¿Vas a hablar ahora, pedazo de mierda?

El ente chasqueó los dientes casi como un perro rabioso. Sin embargo le lanzó una mirada de soslayo a su compañera. Parecía estar en medio de una lucha mental, hasta que por fin cedió con una clara expresión de disgusto.

La Oscuridad Seduce ©Where stories live. Discover now