6. Ave de mal augurio

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Había conducido toda la noche en estado de alerta. Había entrado en una serie de carreteras rurales poco transitadas. Hasta el momento parecía que nadie los seguía, pero Nash no se permitiría relajarse. Los demonios podían aparecer de manera imprevista y entonces sería un caos si no estaba prestando atención.

Justo en ese momento eran cerca de las diez de la mañana. Según el GPS pasarían por un pequeño pueblo en un par de kilómetros más adelante. Sería una buena oportunidad de descansar. No entraría al pueblo en sí, pero rogaba porque hubiera almenos un motel en las afueras en dónde pudiera parar un rato. O una estación de servicio que vendiera comida. Necesitaba café con urgencia.

—Tengo hambre— se quejó el enfurruñado rubio que iba en el asiento del copiloto.

Esa declaración no le sorprendió tanto como cuando en la madrugada le pidió detenerse porque le urgía ir a mear. Nash se detuvo más que nada por la sorpresa, porque…¿el diablo necesitaba ir al baño? Eso parecía tan surrealista que tardó un par de horas en dejar de sentirse impresionado.

—Hay un pueblo más adelante — murmuró.

El rubio suspiró dramáticamente y se hundió más en su asiento, el cuál había inclinado hacia atrás. Tenia sus pies enfundados en botas sobre el tablero. Nash le echó un vistazo de reojo y se tragó el gruñido de enfado que le provocaba cada que lo veía usando su sudadera. El muy bastardo se tomó la libertad de hurgar en la maleta de Nash y robarle la prenda. De sobra está decir que aunque se la devolviera, no se la pondría de nuevo. Ni loco.

—¿Por qué me miras tanto? ¿Acaso te gusto o qué? Bueno, no te culparía, soy un bastardo hermoso. Estoy hecho para tentar.

—A débiles de mente quizá. A mí solo me provocas irritación.

—Tienes  suerte de que esté en esta situación o te haría tragarte tus palabras, pequeño humano insignificante.

—Y a todo esto ¿Me vas a decir por qué no puedes simplemente freír a todos los demonios que vienen tras de ti? Se supone que eres el rey del infierno y todas esas tonterías. Sin embargo aquí estás, escondiéndote para que no asesinen tu irritante y mimado trasero.

El rubio ladeó el rostro dándole una mirada cargada de aburrimiento y por un segundo sus ojos parecieron adoptar un color diferente antes de que fueran azules de nuevo. Nash parpadeó, convencido de que solo lo estaba imaginando a causa del cansancio. En realidad toda esa cosa de terminar en medio de un road trip fugitivo con el diablo era suficiente para quererlo hacer dormir por horas. Pero encima tener que soportar su odiosa personalidad era incluso peor.

—Vienes a protegerme y ni siquiera sabes por qué— el rubio soltó una risa burlona— En verdad eres un humano bastante estúpido.

—Deja de insultarme, pequeño bastardo. Y si no sé es porque Miguel no me lo quiso decir— masculló apretando un poco más el pie en el acelerador.

Ahora más que nunca le urgía encontrar un motel. Tal vez podría abandonar ahí el culo de Lucifer y conducir lejos. En verdad, no se sentiría ni un poco culpable por dejarlo tirado a su suerte. Nadie lo culparía por ello, al menos esperaba que no.

—Duh, debiste haberle preguntado hasta que te dijera.

—Claro, porque si un arcángel aparece en medio de la madrugada en tu habitación, le harías todo un interrogatorio.

—Por supuesto que si— el tono de Lucifer seguía cargado de burla y obviedad—. Me refiero a que les dieron todo el asunto del libre albedrío y el poder de cuestionar cada maldita cosa ¿Y aún así deciden no usar ese poder en los momentos que realmente importan? por eso es que un día van a acabar consigo mismos. Son realmente obtusos.

La Oscuridad Seduce ©Where stories live. Discover now