8. Peligro

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Sentía como si estuviera debajo del agua. No era la mejor sensación del mundo y menos aún cuando necesitaba todos sus sentidos alerta. De lo contrario corría el riesgo de ser apuñalado por la espalda en cualquier momento y no era una exageración. Si viajabas junto a Lucifer, esa era una gran posibilidad.

Recostándose contra el respaldo de su butaca, cerró los ojos. Estaba tan cansado, pero no había conseguido dormir en los pocos descansos que hicieron a lo largo del camino los últimos cuatro días. Apenas cerraba los ojos se levantaba sobresaltado, incapaz de apagar sus sentidos sobre excitados. Tampoco era de ayuda que su acompañante fuera tan exasperante, siempre con sus comentarios ácidos o con su actitud de mocoso mimado.

—¿Te vas a comer eso?— preguntó el rubio obligándolo a abrir los ojos. Estaba señalando su plato de espaguetis, aún le quedaba la mitad. Fue todo lo que pudo comer antes de que se le quitara el apetito.

—No— no bien lo había dicho, Lucifer alcanzó el plato y empezó a devorarlo— Dios, en dónde metes todo eso. A este paso tendré que llevarte rodando dentro de poco.

—No menciones a mi padre. Y en realidad si de algo puedo estar feliz es de tener un metabolismo increíble. Apreciame y envidiame, bebé.

—Eres ridículo— a pesar de todo se le escapó una sonrisa.

La mitad del tiempo quería darle un puñetazo en el rostro, a veces también le causaba aprensión, en especial luego del episodio de unos días atrás en el Walmart. De solo recordar la manera en que sus ojos se volvieron como negras profundidades surcadas por vetas de fuego, además del aura de puro peligro que emanaba, a Nash le daban ganas de estremecerse. No quería saber cómo era un Lucifer realmente enojado.

Pero dejando eso de lado, también había ocasiones en las que le causaba gracia lo mundano que resultaba. Seguía sin ajustarse a la imágen de Lucifer que siempre había tenido. Osea, alguien aterrador que dejan una estela de muerte y caos a su paso. En su lugar, lo que tenía frente a él era un supuesto señor de la oscuridad que parecía más un cachorro con demsiada energía. No sabía cómo  sentirse al respecto.

La peor parte de todo es que Miguel no daba señales de aparecer. Hasta le había enviado unos cuantos mensajes usando el teléfono celestial. ¿Es que acaso Miguel no tenía señal en dónde quiera que estuviera? O tal vez solo estaba ignorándolo. Y esa posibilidad lo llenaba de rabia, porque no era justo que lo reclutara para una misión  de ese calibre y luego lo dejara solo sabiendo que una jauría de demonios estaba tras su rastro.

—¿Por qué Samael no ha vuelto?— preguntó después de un rato. Se bebió el resto de su soda.

—No lo sé— el rubio se encogió de hombros— debe estar ocupado.

—¿Con qué? Creí que su lealtad a ti era más importante que cualquier otra cosa.

Al menos eso le pareció cuando lo conoció solo unos días atrás. Samael actuaba como si fuera su deber velar por la seguridad de Lucifer. Una prueba más de que el rubio no podía cuidarse solo y eso solo le causaba mayor curiosidad. ¿Por qué Lucifer era casi tan vulnerable como un humano? ¿por qué necesitaba que lo cuidaran? ¿Acaso estaba enfermo? Argh, eran demasiadas preguntas.

—Sam es el ángel de la muerte— las palabras de su acompañante lo sacaron de sus pensamientos— Ya sabes, es quien regula a dónde van las almas, al cielo o al infierno.

—¿Ese no era el trabajo de Dios?

—Pft, no. Sam es el filtro por decirlo de alguna manera. Maneja a todas las entidades que recolectan las almas luego de dejar su cuerpo.

—¿Entonces Samael es la muerte, usa la capucha negra y todo eso?

—Siempre tienes tantas preguntas— se quejó con un mohín dramático—. No debí haberte dicho que saciaras tus dudas. Ahora no dejas de preguntar. Eres como un niño. Por qué esto, por qué lo otro...por qué, por qué, por qué.

La Oscuridad Seduce ©Where stories live. Discover now