43. Última oportunidad

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Dejó que su espada atravesar a uno de los demonios y luego retorció la empuñadura antes de jalarla hacia un costado casi partiendolo por la mitad

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Dejó que su espada atravesar a uno de los demonios y luego retorció la empuñadura antes de jalarla hacia un costado casi partiendolo por la mitad. El demonio cayó al suelo con un gorgoteo húmedo brotando de su garganta. Para ese momento el rey del infierno  ya se encontraba cubierto con la sangre de sus enemigos. La oscuridad en su interior rasguñaba y aullaba con el deleite de la masacre. La sed de sangre, de dolor y devastación crecía solo un poco más con cada nuevo demonio al que podía arrancarle la vida. El sabor del miedo era delicioso.

Oh, ellos estaban luchando duro, pero Lucifer podía empujarlo solo un poco más. 

En el instante en el que había puesto un pie en el Purgatorio supo que aquello no era del todo una trampa, pero que de todos modos no saldría ileso de la confrontación. Ellos estaban preparados, lo habían estado esperando. Apostados a mitad de una llanura que se extendía y se extendía por varios metros, quizá kilómetros. A la lejanía se podía ver los bordes del bosque espeso. El aire en el Purgatorio era viciado, cargado con energías que fluctuaban como ondas. Podía percibir el poder oscuro de Belcebú entrelazado en el aire, su propio sistema de alarmas. 

Lucifer no había ido ahí a negociar. Por eso no dijo nada, simplemente desenfundó dos largas y filosas espadas negras que brillaban como el ónix. No hubo adevertencia, no les dio la oportunidad a arrepentirse y volver a su lado. No mintió al decir que no iba a tolerar a aquellos que se pusieran en su contra. No había piedad para los traidores. 

Detrás de él, Asmodeo, Eligor, Belfegor y gran parte de sus respectivos ejércitos desenfundaron sus armas. La batalla empezó sin nada más que el sonido de las espadas cortando el aire. Samael estaba codo a codo con Lucifer, cubriéndolo desde los flancos y desde atrás, como un fiel escudero. No tenía una espada, había elegido una lanza que podía dividir por la mitad. Era malditamente ágil, sus alas negras y sus ojos como las profundidades del universo plagados de estrellas, eran intimidantes. 

Entonces sí, los demonios enemigos intentaron defenderse. Intentaron llegar a Lucifer. Quisieron clavarle sus espadas, sus dagas y lanzas. Incluso le dispararon. Nada funcionó, lo único que encontraron fue una muerte dolorosa y sangrienta.

Aquella llanura de tierra dura y  oscura pronto se empapó de sangre. Se convertiría en un campo maldito. Pero ...de por sí todo el Purgatorio era territorio maldito. El desecho del universo, un plano existencial que nunca prosperó. Solo las alimañas buscarían vivir ahí, por lo que era perfecto para Belcebú. 

Ya que el tiempo corría de manera diferente, a Lucifer le pareció que había estado enfrascado en aquella batalla por horas y la maldita Belcebú aún no había dado la cara. Eso lo tuvo rodando los ojos y enviado una onda de su poder, que se expandió incinerando a los enmigos que los rodeaban. Basta de juegos, no tenía tiempo para eso, necesitaba volver junto a Bambi cuanto antes. Las cosas no se sentían bien, había cierta angustia que lo estaba carcomiendo por dentro. ¿Su humano estaría en verdad molesto por haber sido dejado atrás? ¿Qué tendría que hacer Lucifer para lograr que lo perdonara? ¿Siquiera había algo por lo cual disculparse?

La Oscuridad Seduce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora