𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏: ¿𝒅𝒂𝒇𝒏𝒆?

14.9K 638 300
                                    

Las historias no siempre son bonitas, y mucho menos si son de amor. En ocasiones escucho la historia de cómo se conocieron una pareja de ancianos y me parece tan surrealista que no puedo creérmelo. O quizás no quería creérmelo. El romanticismo existe para algunas personas, pero no para nosotras.

Yo no soy la protagonista de esta historia. Solo soy el punto de partida para empezar a contar su historia, por eso debo contar primero la mía.

Me levantaba todas las mañanas a las seis en punto. Ponía los pies en la moqueta azul de mi habitación y frotaba la planta de los pies hasta que conseguía la fuerza de voluntad para levantar el culo del colchón y plantarme delante del espejo de mi baño.

Mi cara pálida, demacrada, las ojeras de un tibio morado que hacían juego con los azulejos verdes del alicatado de las paredes y las apenas imperceptibles clavículas que se intuían bajo mi piel. Me metía en la ducha y mientras me duchaba aprovechaba para lavarme los dientes y ahorrar tiempo y agua.

Usaba esos estúpidos productos para que esos tímidos rizos de mi pelo se acomodasen en mi cabeza y evitar parecer los pompones de una animadora de UCLA. Mi madre me cortó el pelo cuando se hartó de desenredármelo todas las malditas mañanas y yo dejé que lo hiciera para dejar de llorar con cada tirón de ese cepillo.

Preparaba un gofre y un café y me los comía sentada en la solitaria mesa de la cocina a la luz de la cristalera que daba al patio donde estaba la piscina de la comunidad. El traje gris, la camisa blanca y los zapatos negros. Ese perfume de una marca famosa acabada en Boss. Buscar las llaves del coche como una condenada que no sabía dónde las había dejado la tarde anterior al tirarlas en la entrada y tragarme una hora de camino al trabajo por el tráfico hasta el trabajo.

Me sentaba en la silla de mi cubículo y comenzaba a ilustrar con la cabeza agachada hasta que me iba de esa aburrida oficina. Un día, otro y otro hasta que un día ya no fue como el anterior. Un día vi, por encima de las paredes de mi cubículo, a una chica morena que cruzaba la oficina para entrar en el despacho del jefe con una sonrisa que ocupaba toda su cara.

El pelo le caía sobre los hombros y relucía brillante bajo los focos de luz fluorescentes de aquella inerte oficina. Sé que todos nos giramos para ver cómo flotaba su vestido liso de florecitas amarillas y cómo agarraba su bolso de un amarillo un tono más fuerte.

Ese fue el primer día que la vi, esa mañana de abril hacía casi un año. Cada día fui descubriendo una cosa diferente de ella, como su gusto por el capuccino y las galletas de canela a media mañana, la manía de repasarse los labios con el gloss cada media hora o su risa un tanto destartalada que recorría la oficina cuando hablaba con otros compañeros frente a la máquina de café.

Al principio nos saludábamos de lejos con una sonrisa, luego trasladamos las sonrisas a un 'buenos días' al entrar en la sala de descanso, a pagarle el café si ella no tenía monedas y a compartir el desayuno en la mesa.

Nos hicimos amigas. Me miraba desde su despacho y arrugaba la nariz con una dulzura que empezaba a dejarme con una estocada en el pecho a cada movimiento. Compartía conmigo algunas de sus galletas de canela y me buscaba con la mirada cuando parecía estar aburrida. Me acariciaba esas ondulaciones de mi pelo que durante tantos años había odiado y me preguntaba si quizás debería hacer que se rizaran del todo creando trépanos solamente para ella.

Un día me enteré de que era la hija del dueño de la empresa, del pez gordo que sentaba su enorme culo en el sillón de cuero unas plantas más arriba, y pensé que quizás debería alejarme de ella, pero ella no se alejó de mí. Me preguntó si me molestaba que no me lo hubiese contado antes, pero ¿qué me iba a molestar a mí? Era normal que no quisiese que se supiera, al fin y al cabo, todos creerían que era una enchufada (que lo era).

let me be her (completa)Where stories live. Discover now