𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟑: 𝒅𝒊́𝒂 𝒖𝒏𝒐, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒅𝒐𝒔

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—Qué chanclas tan bonitas, me gusta el color. —Grace señaló los pies de Noah, que bajó la mirada para echar un vistazo a sus chanclas negras—. Eres la mujer más grande que he visto en mi vida.

—Has visto pocas —respondió Noah, con las manos en los bolsillos de su pantalón.

—¿Qué número de pie tienes? —Replicó, como si de un partido de tenis se tratase.

—Un 44. ¿Por qué? ¿Tienes un fetiche con los pies? —Grace alzó las cejas antes de soltar una carcajada, mirándome con sorpresa ante las respuestas de Noah.

—¿Nos podemos ir ya a comer o queréis seguir vacilándoos en mitad del restaurante? —Me quejé, viendo cómo Grace le daba un empujón con el dedo a Noah.

—Cuidadito con mi amiga.

A Noah le hacían gracia las amenazas de Grace y se despidió de ella antes de sentarse en la mesa conmigo.

Compartimos un plato de marisco que Noah se encargó de seleccionar cuidadosamente del buffet, poniéndolo en mitad de la mesa. Me fascinaba su pasión con la comida. No le gustaba comer, le fascinaba la comida. Me confesó que dejó el vóley para poder comer lo que le diese la gana sin que su padre estuviese pendiente de cada gramo de lo que ingería su estómago.

—Por ejemplo, no me dejaba comer hidratos después de las cuatro de la tarde —dijo, cogiendo una ostra con ese diminuto tenedor, llevándosela a la boca—. Yo quería salir con mis amigos y comerme una hamburguesa, pero no podía. Incluso pesaba cada grano de arroz que ponía al lado del pollo a la plancha.

—¿Qué pasó cuando dejaste el vóley? ¿Se enfadó? —Ladeé la cabeza, dándole un mordisco a la gamba que acababa de pelar Noah para mí.

—Se cabreó muchísimo. Culpaba a Zoe de llevarme por un mal camino, cuando solo éramos dos adolescentes que querían hacer surf y pasárselo bien, no estábamos haciendo nada malo. —Se metió una gamba en la boca, zarandeando la cabeza para negar—. Tenía veintitrés años cuando dejé el vóley, renuncié a una beca en UCLA. Pasé el verano entero viviendo en casa de mi tía y trabajando en ese restaurante italiano que te conté, paseando perros y siendo monitora en fiestas de cumpleaños.

—¿Te echó de casa?

—No sé. Discutíamos cada segundo del día. Salía de mi habitación para comer y en mitad del almuerzo empezábamos a discutir a gritos. Él me echaba en cara que había arruinado mi carrera, yo me cabreaba y empezaba a gritarle lo mal padre que era. Gané peso por dejar el deporte de alto rendimiento y comer lo que me daba la gana, era obvio, pero mi padre no paraba de hacer comentarios sobre mi físico, aunque yo no me veía mal. Acabé yéndome ese verano. —Arrancó la carne de la langosta del caparazón y la embadurnó en salsa de mantequilla, comiendo.

—¿Cuánto llegaste a pesar?

—Lo que peso ahora, unos ochenta y cuatro. Por ahí andará. —Movió la mano en un gesto de duda—. A la gente le da mucho miedo escuchar una cifra mayor a los sesenta kilos, pero...

—A mí me daba muchísimo miedo. También debes tener en cuenta que eres muy alta y que sigues teniendo masa muscular. —Noah asintió con las cejas alzadas, dándole un trago al vino blanco de su copa—. Es decir, a pesar de ganar peso, se te sigue notando que fuiste atleta.

—A ver, si me siento tengo rollitos de grasa, como todo el mundo, pero dejé de obsesionarme con eso hace mucho —decía mientras abría una pata de cangrejo con las manos, partiendo el caparazón para sacar la carne blanca de dentro.

—A mí me dan mucha inseguridad mis muslos. Me hacen tener unas caderas... —Noah dejó de masticar, levantando la cabeza del plato con el ceño fruncido y un gesto de asco—. ¿Qué?

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora