𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟖: 𝒓𝒆𝒔𝒑𝒊𝒓𝒂

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El sofá se me hacía enorme cuando quería agarrarme a uno de los cojines que estaba en la otra punta. Lo único que veía eran los mechones de pelo despuntados entre mis piernas a los que me tuve que agarrar como último recurso. Veía mi vientre subir y bajar entre respiraciones cortadas y rápidas y las oleadas de placer que las estocadas que su lengua provocaban en mi entrepierna. A veces no podía mantener las piernas levantadas y tenía que apoyarlas en su espalda, pero a ella parecía no importarle si cerraba las piernas de golpe cuando estaba al borde de la muerte súbita.

De repente me vi desnuda y enredada en las sábanas de su cama bajo la luz verdosa de la lámpara que la iluminaba. Las sábanas estaban frías, tanto que la piel de mis pechos se erizó y ella no perdió la oportunidad de hacer lo mismo que acababa de hacer entre mis piernas. Lamió, besó y acarició mis pechos mientras sus caderas se movían lentamente contra las mías. El tacto suave y húmedo cuando su boca se abría para atrapar uno de mis pezones era casi cruel.

—¿Te importa si uso el arnés? —Me preguntó con los brazos a los lados de mi cabeza. Tardé un poco en reaccionar a lo que me estaba diciendo, pero lo hice frunciendo el ceño.

—¿Por qué no lo has usado antes?

—Lo tendré en cuenta para la próxima vez.

Verla ajustarse las correas del arnés delante de mí era como ver a un carnicero afilar sus cuchillos incandescentes para cortar un trozo de mantequilla. Las venas de sus manos se inflamaron cuando cerró los puños al apretar, a la vez que la de su cuello.

—Espero que no te canses pronto —le dije.

Levantó la mirada de las correas con una ceja alzada, casi amenazante y terminó de ajustar la correa de un tirón. Me agarró de las caderas y me dio la vuelta en la cama.

Sin saber cómo había acabado de rodillas, de cara al cabecero de su cama y con la sensación de que no saldría viva era yo. Era un vendaval que yo misma acababa de desatar y que me hacía abrir los ojos en cada gemido que salía de mi boca. Sentía las embestidas como estocadas que me dejaban sin aliento y que cada vez iban con más rapidez, ávidas por escucharme gemir. Me agarraba de las caderas para retenerme y así ir más rápido, más fuerte, más profundo, acorde con la sintonía de gemidos que propiciaba.

Paró el ritmo y, lo que al principio eran embestidas, ahora eran toquecitos cortos que mi cuerpo no podía tolerar. Los movimientos circulares y esa lentitud desembocaron en un gemido contra la almohada, en que los músculos de mi abdomen se encogiesen y me agarrase a las sábanas de su cama en una oleada de placer que terminó con mi casi sufrimiento.

*

—¿Qué haces aquí? ¿No te habías ido a tu casa? —Grace se apartó de la puerta para dejarme pasar.

—Puede que no haya llegado a mi casa. —Achiqué los ojos. Dejé el bolso en el perchero de la entrada y me puse las manos a la espalda como una niña que acababa de hacer una trastada.

—¿Qué has hecho? —Me señaló. Cerré aún más los ojos—. Olivia, ¿qué has hecho?

—Puede ser que me acabe de acostar con una compañera de trabajo y ahora me siento culpable. —Jugué con las manos delante de mi cuerpo—. Y puede que esa chica esté pillada por mi hermana.

Grace se sentó en el sofá dejando caer su peso con la mirada fija en mí.

—¿Y por cuál de esas cosas te sientes culpable? Porque tienes para elegir...

—Por ninguna. Me siento culpable porque justo antes de acostarnos estaba con un ataque de ansiedad llorando en ese sofá y luego estaba acostándome con ella.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora