𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟓: 𝒍𝒂 𝒖́𝒍𝒕𝒊𝒎𝒂 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂

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Grace puso las copas en la mesa del salón. Tres. Una para su prometido, otra para ella y la última para mí. Las rellenó de vino, aunque para mi gusto no el suficiente, y colocó la tabla de quesos en la mesa, acompañado de uvas, higos y manzana cortada en gajos. A Steve le encantaba la combinación entre el dulce de la manzana y el salado del queso y la verdad es que a mí me sorprendió también.

Esos días estaba tan entumecida que me costaba encontrarle sabor a la comida, pero me costaba aún más cuando debía ver a mi mejor amiga con su prometido con el que llevaba casi cinco años. A mis ojos eran la pareja perfecta. Tenían sus diferencias, peleaban y discutían, pero siempre conseguían arreglarlo, no había diferencias tan grandes como para que la pelea fuese a más. Él siempre pedía perdón, ella siempre daba su brazo a torcer de alguna manera. Funcionaban y se les veía el amor en los ojos.

Yo estaba allí como una mera espectadora, como la organizadora de bodas que iba a ayudarlos en mi tiempo libre, como si abundase de eso en mi vida. Además de los dos teléfonos de trabajo que echaban humo, Grace me extendía los posibles sitios donde quería hacer la boda y esperaba mis consejos, pros y contras de cada lugar.

Me encontré explicándole lo que era mejor y lo que era peor, analizando los detalles que Steve le dedicaba a Grace sin casi darse cuenta. Lo hacía desde que los conocí, anhelaba tanto esos gestos que al llegar a mi casa me tomaba una pastilla y dormía hasta que me dolía el cuerpo.

Por ejemplo, la forma en la que Steve cogía los trozos más duros de queso y le acercaba a ella los más finos y blandos, como a ella le gustaba. Cómo le servía a ella primero, aunque yo fuese la invitada, cómo mientras ella hablaba conmigo le colocaba bien la tiranta del vestido que se había doblado. Un beso en el hombro, acariciarle la mano por debajo de la mesa, atender cuando ella hablaba sin importar lo que dijese.

—No me puedo creer que me vaya a casar con ella —me dijo en un susurro mientras lavaba los platos, aprovechando que Grace no estaba en la cocina—. No sé si habrá en el mundo otra persona como Grace. Sé que nunca volveré a sentir esto por nadie.

Bajé en ese ascensor como si me hubiesen pegado un tiro en el alma, recostada sobre la pared y mirándome en el espejo. Tenía la cara triste y ese día no podía ocultarlo. No podía hacer mi mejor papel sonriendo de oreja a oreja, siendo la eterna amiga o conocida con chistes picantes e ingeniosos; hoy tenía lágrimas en los ojos a punto de brotar cuando saliese de aquel portal. Esa noche estaba rota.

No necesitaba una pareja, necesitaba saber que no era carnaza que tirar a los tiburones, pero eso no iba a pasar porque lo era. Era carnaza que tirar a los tiburones. Era sangre, carne y huesos que iban de brazo en brazo esperando quién iba a ser el siguiente.

A veces yo también necesitaba eso y, antes de que me utilizasen ellos, los utilizaba yo. Eso hacía con Noah. Yo la utilizaba a ella, yo no era un puto agujero con el que desfogarse porque me parecía a la imbécil de mi hermana y a ella no podía tenerla. Antes de ser un maldito juguete, jugaba yo.

Con las lágrimas amenazando con caer, crucé la calle llena de farolillos chinos que iluminaban las lágrimas que comenzaron a caer sin mi consentimiento.

—¡Liv! ¡Olivia! —Escuché a mi espalda. No, mierda, no. No quería darme la vuelta, pero tuve que hacerlo. Noah sonreía, aunque esa sonrisa cayó poco a poco al ver mis lágrimas—. ¿Qué...?

—Eres la última persona a la que quiero ver ahora mismo, Noah. —Me limpié las lágrimas con la palma de la mano—. Preferiría morirme a contarte por qué estoy llorando, así que no preguntes y vete a tu casa.

—¿Esperas que me quede tranquila viéndote así? —Intentó acercar la mano a mi mejilla, pero la aparté de un manotazo.

—Es que no espero nada, Noah.

let me be her (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora